Una invitación para conocer la historia del Galeón de Manila, su cultura y su impacto en Filipinas y en América.

miércoles, 10 de abril de 2013

Intercambio biológico


Para Itziri.

Del ámbito de la botánica llegan aportaciones importantes para la comprensión de los contactos entre Asia y América a partir del siglo XVI como resultado del intercambio humano y comercial propiciado por la Nao de China. La bióloga Reyna Maria Pacheco Olvera publicó en 2010 un artículo que resume parte de su tesis de maestría (1), en la que señala las diversas formas en que el intercambio de plantas en el Pacífico se dio en ambos sentidos, en un amplio rango de usos, tanto para la alimentación, como para textiles y medicinas.  Conforme a su interesante y extenso estudio, alrededor de 230 especies de plantas útiles fueron intercambiadas con diversos fines. La investigadora mantiene una página de internet junto con otros analistas del tema.

A diferencia de los análisis convencionales, la bióloga Pacheco señala de qué manera el Galeón de Manila no se limitó al comercio de seda y plata, sino que desde un principio se incorporó el intercambio de plantas y sus productos a la vida cotidiana de los pueblos tanto en América como en Europa y Asia. La Nao de China modificó las necesidades básicas desde el siglo XVI, en la alimentación, la forma de combatir las enfermedades, las fibras para el vestido y el material de construcción de las viviendas.

En una primera instancia, como ya ha sido ampliamente documentado por Alfred W. Crosby (2), la colonización de América significó un vuelco en la vida de muchos pueblos a ambos lados del Atlántico. El proceso de adaptación de los europeos al terreno americano generó, por medio de la experimentación, un uso renovado de los cultivos indígenas que en esencia es una adaptación cultural de dimensiones formidables, en el que se mezcla la papa, el cacao, el chile en los gustos europeos. Esa experiencia se fue afinando en los campos del nuevo continente, pero también en las embarcaciones que iniciaron su trayecto hacia el poniente a través del Océano Pacífico. La forma en que describe este proceso permite pensar de qué manera los viajeros de aquellos siglos cumplían al mismo tiempo la tarea de guerreros, administradores, misioneros y agricultores:

‟Se utilizaron métodos especiales para proteger las especies durante el trayecto y procurar que llegaran en buen estado para favorecer el cultivo exitoso: las especies carnosas con semillas se conservaban entre azúcar molida; las cebollas se propagaban por el bulbo, no por semillas; las raíces tuberosas, como la papa y el jengibre (Zingiber officinale L.), se conservaban en arena seca; los bejucos (Calamos spp.), que se plantaban por estacas, se transportaban envueltas en musgo y al llegar se remojaban antes de plantarse.
‟(...) el mercado de especies y productos trajo consigo un intercambio cultural que se reflejó en el conocimiento popular y la percepción de las plantas útiles e introducidas adoptadas durante los 250 años que persistió el comercio de la Nao de China, período en el que viajaron especímenes vivos, hojas y estructuras de plantas como raíces, frutos, flores y semillas de diversos usos.
‟Cada una de las especies útiles adoptadas pasó por un proceso de aceptación distinto en cada cultura. Ciertos vegetales fueron aceptados de inmediato, por ejemplo en México la caña de azúcar (Saccharum officinarium, L.), el café (Coffea arabica L.) y el plátano (Musa ssp.) fueron introducidos exitosamente y se destinaron espacios para su cultivo con la intención de exportar la producción. Las especies tintóreas, también llamadas colorantes, como el palo de campeche (Haematoxylum campechianum L.) y el añil (Indigofera spp.), asi como el insecto de origen mesoamericano denominado grana cochinilla (Dactylopius coccus) tuvieron gran aceptación y se explotaron comercialmente con éxito.
La industria farmacéutica también se vio favorecida con el comercio, ya que adquirió una importancia notable con la venta de medicamentos, principalmente con la finalidad de abastecer los almacenes y boticas de la Nueva España, España y Cavite (Filipinas). Se comerciaron plantas secas con virtudes medicinales, como la manzanilla (Chamomilla spp.) y otras preparadas en forma de aguas, aceites y ungüentos; también se enviaban semillas, raíces y frutas, como la pimienta malagueta (Pimienta dioica L.), la raíz de jalapa (Convolvulus jalapa L.), la quina de Perú (Cinchona officinales L.), el azafrán (Crocus sativus L.) y los dátiles (Phoenix dactylifera L.), e incluso se transportaron plantas vivas, como la violeta (Violeta officinale L.).
‟Los soldados y navegantes disfrutaron de un peculiar mestizaje culinario al enriquecer su alimentación durante los viajes con productos de diferente lugares del mundo. Consumían garbanzos (Cicer aurientium L.), frijoles, cebolla, arroz (Oryza sativa L.) y azúcar; posteriormente adoptaron el chocolate, producto derivado del cacao (Theobroma cacao L.) para beberlo durante el viaje.
En el Mole,  platillo mexicano por excelencia se combinan productos de Asia (arroz, ajo, cebolla, pimienta) América (chile, cacao, jitomate), por lo menos.


Propósitos comerciales.

La carrera por las especias tuvo desde un principio un carácter comercial, sin embargo las consecuencias culturales fueron mucho más profundas de lo que cualquiera hubiera podido imaginar en aquella época.
‟ En Europa las especias de Asia ganaron popularidad en los círculos sociales acomodados, por lo que se pretendían que uno de sus principales productores, las Filipinas, se convirtieran en las nuevas Islas de la especiería, pero la agricultura no se reveló prometedora en dicho sitio y no se explotaron las riquezas naturales con la intensidad que se hizo en América, salvo excepciones como la canela (Cinnamomum zeylanicum Blume) y nuez moscada (Mystica fragans Houtt.).
‟Existió cierta preferencia por algunas plantas y sus productos en el intercambio comercial, por ejemplo, algunas especies asiáticas como la cebolla (Allium cep L.), la amapola (Papaver somniferum L.), la almendra (Terminalia catappa L.), y el jengibre; plantas americanas como los frijoles (Phaseolus vulgaris L.) y el chile (Capsicum annum L.); y las plantas de otras regiones como ajo (Allium sativum L.), manzanilla (Chamomilla spp.), haba (Vica faba L.) y sandía (Citrullus lanatus Thumb.).
‟Las plantas que se intercambiaron por lo general se encontraban en proceso de domesticación (...) Por esta razón, su suceptibilidad ante las condiciones geográficas y biológicas en un nuevo sistema ecológico era variable. Algunas de ellas se enfrentaron a la competencia con especies nativas que dificultaban el desarrollo de su cultivo, pero en otras ocasiones el escenario era contrario, puesto que las especies introducidas amenazaban la supervivencia de las especies nativas. Por esta razón, la selección artificial fue una valiosa herramienta para manejar el impacto de éstas en nuevos ecosistemas; en algunos casos se logró disminuir la competencia de algunas especies introducidas con las nativas y en otros fue inevitable el efecto, como ocurrió con el cultivo de trigo introducido por los españoles en la Nueva España que desplazó a muchas plantas nativas eliminándolas de su entorno.
‟El éxito en la introducción de las plantas en proceso de adopción estaba sujeto a las condiciones sociales y biogeográficas de cada región. La tolerancia a la presencia de plantas introducidas fue determinante para el exitoso cultivo de éstas en los diferentes continentes. Algunas de ellas eran más rentables si se cultivaban en el sitio original y así se garantizaba que el comercio continuara en tierra nuevas.
‟La creciente demanda de productos europeos, americanos y asiáticos permitió la creación de instituciones comerciales que se encargaron de la producción de especies de diferentes regiones, del procesamiento y venta de productos derivados de éstas, y con ello se abrió paso al proceso comercial e incrementar las ganancias económicas de los países implicados en el intercambio. Por ejemplo, la explotación y exportación de productos de otras especies, como arroz, azúcar y cáñamo (Cannabis sativa L.) permitió que se elevara la autonomía de las Islas Filipinas al dar origen a industrias muy productivas.
En las postrimerías de la presencia española en Filipinas, ya bajo la idea de la administración colonial ilustrada, se fortaleció la política de cultivos intensivos para la exportación.
‟La introducción y posterior cultivo exitoso del tabaco (Nicotina tabacum L.) en Filipinas propició la conformación de la Real Compañia de Filipinas, una de las instituciones que manejaba el capital económico de las islas. El desarrollo de la industria tabacalera tuvo tal éxito que por un tiempo se terminó la dependencia de los subsidios de México y se convirtieron en productores y exportadores a los países asiáticos. También en las Islas se intensificó el cultivo de plantas a gran escala, como caña de azúcar, cacao, canela, así como la producción de gusanos de seda, y la explotación de las riquezas minerales del país.
‟En 1784 se fomentó la producción agrícola, sobre todo la especiería, y se exportaban petates, esteras finas, sombreros de palma, algodón, varias clases de madera, nuez moscada, pimienta (Piper nigrum L.), arroz y azúcar. en 1785 se estableció La Real Compañía de Filipinas conformada para regular el movimiento comercial directo con España, de la que obtenían plata, grana, añil y con quien intercambiaban frutos. Numerosas especies extranjeras fueron aceptadas y en la actualidad siguen siendo utilizadas en una gran parte del mundo, como el chile (Capsicum spp.), el cual fue cultivado y se obtuvieron diversas variedades que en tiempos modernos son muy apreciadas en la gastronomía de Asia y la India.
Hasta aquí la extensa transcripción de un texto de mucho interés, disponible en internet para quien desee leerlo completo.

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(1) Reyna Maria Pacheco Olvera, El intercambio de plantas en la Nao de China y su impacto en México, en Caminos y mercados de México, pp. 593-607.  Coord. Janet Long y Amalia Attolini Lecón, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Histórica/ Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2010 (serie Historia General, 23).

(2)Alfred W. Crosby. El Intercambio Transoceánico. Consecuencias biológicas y culturales a partir de 1492. UNAM, México 1991.

jueves, 4 de abril de 2013

Gerónimo de Gálvez


(continuación)

Cuando llegaron a Manila ya estaba el Santa Rosa de Lima descargando. El espía fue inmediatamente a buscar a Gálvez y le relató toda su historia y el éxito de sus pesquisas. Gálvez le recomendó que siguiera fingiendo con don Sebastián, sin decirle sobre todo que él estaba allí. Para no correr el peligro de topar con su adversario en las calles y madurar bien su plan de venganza, no bajó un solo día a tierra y nombró gente que vigilara a su enemigo y al espía que lo había encontrado. 

   Acabado de descargar el galeón se acostumbraba llevarlo a los astilleros de Cavite para repararlo de todo a todo y limpiarle el casco. Gálvez pidió y obtuvo permiso para inspeccionar personalmente estos trabajos, así que zarpó con el galeón para Cavite, comisionando antes al espía para que en un día fijo, al caer la tarde, llevara allá a su enemigo con cualquier engaño. 

   El espía, ansioso de la recompensa ofrecida, no tardó en engañar al confiado don Sebastián para que fuera a Cavite, diciéndole que se podría arreglar un buen negocio de contrabando con uno de los oficiales que era amigo suyo y mandaba la guardia del Santa Rosa de Lima. Así, el día señalado, salió don Sebastián rumbo a Cavite, en una canoa con el espía que remaba. Ya de noche llegaron junto al galeón y subieron inmediatamente sobre cubierta. 


   En el barco no estaba más que Gálvez, pues se había dado maña para despachar a toda la guardia a pasar la noche en las tabernas y casas de juego de Cavite y los trabajadores ya se habían retirado. 

   Así, pues, no hizo don Sebastián más que poner los pies sobre cubierta cuando le salió al encuentro Gálvez, declarándole quién era. De la Plana comprendió la traición que le habían hecho y trató de fugarse, pero un certero puñetazo del piloto lo tendió sobre el puente. Entonces se llenó de miedo, pidió, rogó, ofreció, pero Gálvez estaba sordo a todo lo que no fuera su venganza. Levantando a don Sebastián hizo que el espía los amarrara, el uno al otro, de las manos izquierdas, de manera que don Sebastián no pudiera escapar, le dio una daga, tomó otra y lo invitó a pelear. 

   El miedo apenas si le permitía a de la Plana moverse; con la daga en la mano veía estúpidamente a Gálvez y musitaba palabras ininteligibles con las que pretendía pedir perdón. Gálvez, cegado ya por la cólera, le dio una puñalada ligera en el brazo, pero don Sebastián, presa de pánico, sólo acertó a cortar el lazo que lo unía con su enemigo y, tirando la daga, corrió a refugiarse en lo alto del mástil. Gálvez lo siguió con la daga ensangrentada entre los dientes, sin decir una palabra. Así pasaron de cordaje en cordaje, cada vez más cerca del perseguidor, cada instante más lleno de pánico el perseguido. 

   Por fin don Sebastián llegó al punto más alto del mástil, donde ya no podía huir ni avanzar. Hasta allí lo siguió Gálvez, la daga entre los dientes, los ojos fijos en su adversario, las manos crispadas sobre las cuerdas. Ya lo iba a alcanzar cuando un grito desgarró la noche silenciosa de Cavite. El espía, desde la cubierta, vio sobre el fondo claro del cielo cómo don Sebastián maromeaba en el aire, golpeaba en una antena y caía pesadamente sobre cubierta. 

   Con toda calma bajó Gálvez desde lo alto del mástil, la daga siempre en la boca. Cuando estuvo sobre el puente se acercó a su enemigo esperando encontrarlo muerto, lo volteó de cara al cielo y vio que aún vivía Por un momento pensó en rematarlo con la daga, pero cambió de ideas. Revisando al herido a la luz de una linterna que había acercado el espía, vio que tenía la columna vertebral rota y que estaba paralizado de la cintura para abajo. Gálvez guardó la daga y ordenó al espía que lo ayudara para transportar al herido a Manila. Tal vez por su mente cruzó la idea del perdón, pero fue más poderoso el recuerdo de la hermosa Solina y repitió la frase que había grabado sobre la tumba en Acapulco. 

   Ayudado por el espía bajó al inconsciente don Sebastián, lo acomodó en el bote mismo que había traído y, tomando los remos, llegó antes que amaneciera a Manila. Entre él y el espía arrastraron el cuerpo inanimado hasta un jacalón de la calle de la Rada, en el barrio de los criminales y allí lo dejaron en el suelo. Gálvez pagó espléndidamente los servicios de su espía y se quedó solo con su enemigo. 

   Cuando don Sebastián recobró el conocimiento vio a Gálvez frente a él; inmovilizado, lleno de terror, no se atrevía a hablar. Gálvez, al ver que había vuelto en sí, no le hizo daño alguno, se concretó a ponerle frente a los ojos un medallón en el que estaba una miniatura de la hermosa Solina y a sentarse frente a él, acechando su muerte. 

   El dolor que sufría don Sebastián era atroz y la sed llegó a atormentarlo en tal forma que, dominando su miedo, se atrevió a pedir un poco de agua, pero Gálvez, que sin moverse lo veía fijamente, no contestó una palabra. El mismo silencio le sirvió de respuesta cuando pidió un cirujano. Por fin, comprendiendo que todo era inútil y que su muerte era inevitable, pidió un confesor, pero Gálvez seguía inmóvil, sosteniendo la miniatura de la hermosa Solina frente a los ojos del moribundo. 

   Tres días duró esta escena terrible, durante tres días y tres noches Gálvez no se apartó un segundo de su enemigo y durante todo ese tiempo no habló una sola palabra, no hizo un solo movimiento más que mostrarle el retrato de Solina y acechar su muerte. Cuando ésta llegó, Gálvez se volvió a Cavite y los frailes de la Misericordia que encontraron el cadáver le dieron cristiana sepultura en un lugar oscuro. 

   Un mes después zarpó el Santa Rosa de Lima para Acapulco llevando como piloto a Gálvez. Éste era su último viaje y en Acapulco dejó para siempre la vida del mar y se le vio durante algún tiempo recorrer toda la Nueva España, vestido de penitente, visitando los santuarios, haciendo el bien, socorriendo pobres y regresando cada tres o cuatro meses a Acapulco a visitar la tumba de Solina. 

   Un amanecer los pescadores lo encontraron muerto sobre esa tumba con la miniatura en las manos y los buenos frailes de San Hipólito lo enterraron junto a la mujer que había amado

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Rafael Bernal. Material de lectura. El cuento contemporáneo 50, UNAM, Coordinación de Difusión Cultural, Dirección de Literatura, México, 2009. Selección y nota de Vicente Francisco Torres.,pp. 6-13. 

Gerónimo de Gálvez, Piloto del Rey


Por Rafael Bernal
El honor es patrimonio del alma.
Calderón de la Barca 
El Ateo de Zalamea


Por el año de gracia de 1687 llegó a la Villa Rica de la Vera Cruz un hombre de mar, piloto del Rey, llamado Gerónimo de Gálvez, acompañado de su mujer, la preciosa Solina. Pronto se supo por todo el puerto la historia de la joven y enamorada pareja. 

   En las tabernas de los muelles se rumoró que Gálvez había llegado a la Veracruz, después de haber sido piloto durante muchos años en el Mediterráneo; huyendo del Tribunal de la Santa Inquisición al que se había hecho sospechoso, lo mismo que su mujer. Los dos eran naturales del puerto de Cartagena y llevaban en las venas gran cantidad de sangre morisca y, según la Inquisición, no habían olvidado por completo las prácticas de su raza en materia religiosa. El padre de la bella Solina murió en el tormento cuando pretendían interrogarlo en Sevilla sobre su ortodoxia, y la madre, que también estaba presa, murió de pesar. Así las cosas, Gálvez, que tampoco era bien visto por la Inquisición, resolvió trasladarse con su mujer a América, refugio de todo perseguido en aquellos tiempos, y se estableció en Veracruz. 

   Desgraciadamente todos los barcos que partían de Veracruz y eran lo bastante importantes para ameritar un piloto de la categoría de Gálvez, iban para España, lugar prohibido para él. En cambio, en el Océano Pacífico escaseaban los pilotos que guiaran la llamada Nao de China o Galeón de Manila en su peligroso viaje. La línea de galeones del Pacífico necesitaba por lo menos de doce pilotos experimentados para su servicio, siendo diez y seis los que debía haber por decreto real, pero era casi imposible conseguirlos por lo largo y peligroso de la travesía y porque todos se enriquecían en uno o dos viajes y dejaban entonces el oficio para pasarse a España a gozar de sus pesos de oro sin los sobresaltos del mar. 


   El sueldo de los pilotos era sólo de setecientos pesos de oro al año, pero tenían permitido el llevar algo de mercancía en la nave y con eso y el contrabando, al que eran muy afectos, en dos viajes redondos quedaban ricos. Muy importante era el cargo de Piloto en los galeones de Manila, pues generalmente el capitán de la nao era algún señor principal que hacía el viaje y no entendía una palabra de cosas de mar, por lo cual el piloto resultaba ser el verdadero capitán en todo lo referente al manejo de la nao y así se explica que se les permitieran muchas irregularidades, especialmente el contrabando. 

Gálvez y Solina, buscando una vida más fácil, se trasladaron a Acapulco, y el año de 1689 quedó Gerónimo inscrito como Piloto en el galeón Santa Rosa de Lima, de larga y gloriosa historia en los anales de la línea. 

   Tres años vivieron felices el piloto y su mujer, aunque las separaciones eran largas pues sólo lograban estar juntos dos meses cada año, mientras se descargaba y cargaba el galeón en Acapulco. Cuando éste zarpaba Solina quedaba sola en su casa, sin salir para nada, si no era a pasear en las tardes por la playa, bajo el fuerte de San Diego. 

   En 1692 llegó a Acapulco, camino a Manila, un joven hidalgo, don Sebastián de la Plana, cortesano, calavera y arruinado, que buscaba en un breve exilio en Filipinas el rehacer su fortuna despilfarrada en Madrid. Ese año el galeón tardó en salir un mes más de lo acostumbrado y el cortesano don Sebastián se aburría mortalmente en Acapulco. Un día vio a Solina pasear por la playa, la vio más de lo debido y el diablo hizo que se le metiera dentro del alma la imagen de la bella morisca. Inmediatamente, haciendo alarde de galantería madrileña y cortesana, empezó a rondarla y a requerirla de amores, que fueron enérgicamente rechazados. Más de quince días anduvo de la Plana tratando de vencer la obstinación de la hermosa Solina, sin conseguir más que desaires y malas razones y se admiraba de que la mujer de un piloto cualquiera pudiera resistir tanto a un hombre acostumbrado a vencer mujeres de la corte con sólo una mirada. Por fin, no pudiendo vencerla por las buenas razones que le decía ni por los muchos regalos que ella siempre rechazó, pagó a dos espadachines de mala muerte para que la raptaran y la llevaran por fuerza a su posada. 

   Los espadachines esperaron a Solina en la tarde en la playa y se la llevaron. A la mañana siguiente regresó a su casa, el vestido destrozado, el cabello alborotado y el corazón deshecho, pues ella amaba desde el fondo del alma a Gerónimo de Gálvez. Pasó la mañana escribiéndole una carta, sin contar a nadie su terrible aventura luego se encerró en su alcoba y a los tres días murió, nadie supo si de tristeza o envenenada por su propia mano. Esa misma tarde zarpó el galeón para Filipinas llevándose a don Sebastián de la Plana. 


   Seis meses más tarde llegó el Santa Rosa de Lima a Acapulco. Desde cubierta Gerónimo de Gálvez buscaba con ansia a su mujer entre la multitud que llenaba la playa vitoreando a la nao. Siempre Solina era la primera en aparecer, corría a la playa apenas los cañones del fuerte de San Diego anunciaban que la nao estaba en la bocana y, desde allí, le hacía señas a su marido con un lienzo blanco. Al no verla, Gálvez se llenó de presentimientos, entregó a toda prisa los informes de rigor y saltó a tierra. Al llegar a su casa la encontró ocupada por otra gente, que le dio la noticia de la muerte de Solina. 

   Desesperado fue en busca del sepulcro y un buen fraile de San Hipólito se lo mostró dándole la carta que Solina le había dejado. Cuando la hubo leído, y supo por ella la villanía de don Sebastián de la Plana, su cólera fue terrible, vagó por las callejuelas del puerto, invocó la justicia divina y todo el mundo se enteró de su tragedia. 

   Antes de que saliera el galeón mandó hacer un monumento que puso sobre la sepultura de Solina. Como único epitafio estaba esta frase: “Me vengaré…” 

   Todo Acapulco supo la historia y no tardó en llegar a Manila entre las barras de plata y órdenes reales que llevaba el galeón compañero del Santa Rosa de Lima que zarpó antes. Así supo don Sebastián de la Plana la cólera de Gálvez y el epitafio de la tumba. No era un cobarde, pero el remordimiento de su mala acción y la cólera del piloto ultrajado lo llenaron de tal pavor, que resolvió cambiarse de nombre y dejarse crecer la barba No contento aún con esto, hizo que un cirujano le llenara de cicatrices la cara con la esperanza de que así Gálvez nunca lo identificara. 

   A pesar de todas estas precauciones, cuando se anunció en Manila que ya el Santa Rosa de Lima estaba en el canal y entraría dentro de unos días al puerto, de la Plana sintió tal pavor, que huyó. 

   Apenas desembarcado, Gálvez se dedicó a buscar al asesino de su mujer, pues así lo consideraba. Recorrió toda Manila y las villas cercanas sin encontrar rastro de él. Algunos le dijeron que don Sebastián había regresado a Acapulco, otros que estaban en las islas de la Especiería o Molucas, otros lo imaginaban en Macao, en China, en Japón o en cualquier ciudad europea del Extremo Oriente. 

   Ante tan contradictorios informes Gálvez decidió seguir navegando en el galeón por ver si encontraba a su enemigo en Acapulco ycomisionar espías para que lo buscaran entre todo el laberinto de islas y mares de la Malasia, hasta las costas chinas y el Japón, donde había un establecimiento holandés. 

   Seis años duró la búsqueda y en ellos Gálvez gastó todas sus ganancias, pero no desesperaba y en cada viaje recorría las Filipinas, ofreciendo dinero a quien le diera noticias de su enemigo y comisionando cada vez mayor número de espías. Pero todo parecía ser inútil: tan bien supo de la Plana ocultarse a su perseguidor. 

   Por fin, uno de los espías localizó a de la Plana en Macao, donde había sentado plaza en el ejército portugués. Cuando el espía se convenció de que ese era el hombre a quien buscaba se hizo amigo de él, le prestó dinero y lo ayudó en varias formas hasta granjearse su confianza y hacer que le contara su verdadero nombre y la razón de su fuga. Entonces el espía dijo que Gálvez ya había muerto y que el crimen estaba completamente olvidado, por lo que don Sebastián podía regresar a Manila sin ningún peligro. Le hizo ver cómo allá sería fácil enriquecerse en el comercio de la nao, pues nunca faltaban oportunidades para mandar un poco de mercancía de contrabando y doblar el capital en seis meses. Para animarlo más le hizo ver que había en Filipinas muchas viudas ricas y hermosas que deseaban casarse para volver a España con sus maridos y entregarles toda su fortuna. Tan bien supo hablar el espía y tanto supo decirle al desesperado don Sebastián, que resolvió emprender el regreso a Manila con la flota de juncos chinos que llevaban la seda y otras telas de China a Filipinas para embarcarla allí en el galeón. El espía resolvió acompañarlo para ponerlo en manos de Gálvez y cobrar su recompensa, y para disimular la razón de su viaje, le dijo que él conocía mucha gente rica con la que podían hacer negocios juntos. 

 (continúa...)
  

lunes, 1 de abril de 2013

El Galeón de Manila: precursor de la globalidad

El Instituto Cervantes de Pekín, junto con la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y el Centro de Estudios Extranjeros de la UNAM en China, promueven una mesa redonda el próximo 10 de abril en la sede del Instituto en Pekín con el tema ariba citado.

Participan cuatro destacados investigadores sobre el tema de la ruta comercial que comunicó a España, el continente americano y China. Dice la invitación que la "Nao" se revela como el primer ejemplo de globalización entre los tres continentes; con un papel fundamental en el acercamiento y conocimiento de China y su cultura al mundo occidental.

El miércoles 10 de abril, a las 19:00 hrs. disertarán sobre el tema: Manel Ollé, Carmen Yuste, Kai Zhang y Guo Ping Jin.


http://pekin.cervantes.es/FichasCultura/Ficha87579_64_1.htm