Una invitación para conocer la historia del Galeón de Manila, su cultura y su impacto en Filipinas y en América.

lunes, 30 de mayo de 2011

El final de la dinastía Ming

Los primeros cuarenta años del siglo XVII señalaron las grietas del poder imperial Ming (1368-1644), sometido a la presión de los manchúes en el norte y a los diversos grupos que se oponían a sus políticas en todo el territorio. Aquellos años reflejaban un sordo derrumbe del imperio. Las prohibiciones al comercio costero y con el exterior fueron reforzadas pero con pocos resultados. En los hechos, los comerciantes y los piratas convivían de manera funcional desde el mar de China y todo el sudeste de Asia, sin el más mínimo interés de dejar sus ganancias aún a riesgo de la pena capital.

En ese período entran en escena tanto Filipinas como Taiwán, que se convirtieron en espacios útiles para el comercio. Ambas islas cobraban repentina importancia para el intercambio de productos provenientes de Europa, Asia y América, sobre todo plata. D. G. Mungello describe el momento de esta manera:

“Entre 1620 y 1660 se registró una severa recesión en el sistema comercial mundial que interrumpió el flujo de plata hacia China, principalmente desde América, y ello parece haber acelerado la inflación en la última etapa de la dinastía Ming. El deterioro del gobierno imperial y la incapacidad para responder a los problemas aceleraron la desintegración social. Cuando los manchúes conquistaron la capital Ming, en 1644, y establecieron la dinastía Qing, los comerciantes y los piratas de las costas del sudeste hicieron alianza con los Ming. Fueron dirigidos en su lucha contra los manchúes por el pirata Zheng Chenggong (1624-1662), conocido por los europeos como Koxinga. De padre chino y madre japonesa, Zheng puede ser considerado como uno de los primeros de la categoría de chinos de ultramar.”

Por su parte, la nueva dinastía de origen manchú enfrentó también a los comerciantes y piratas en las zonas costeras. Sin embargo, las habilidades guerreras de los manchúes no pudieron mostrarse en la guerra marítima y sufrieron una serie de humillaciones y fracasos, por lo que cambiaron de táctica para consolidar su presencia en el sur de China: hacia 1660 comenzaron a evacuar a la población china de las costas y a moverla varios kilómetros dentro del territorio, con lo que buscaban eliminar el apoyo a comerciantes y piratas. Quemaron poblaciones costeras y destruyeron toda actividad marítima, creando un efecto terrible en la propia economía china, despojada de su capacidad de comercio con el exterior.

Este vacío fue ocupado inmediatamente por los comerciantes europeos, principalmente portugueses y holandeses, que comenzaron a dominar el intercambio costero y la relación de China con el exterior.

En próximas entradas de este blog continuaremos viendo aquel momento particular, pues la transición de las dinastía Ming a la Qing (1644-1911) tuvo un impacto relevante en todo el mundo. En el caso de la Nueva España, observadores acuciosos dieron cuenta casi inmediatamente de ese cambio.
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D.E. Mungello. The Great Encounter of China and the West, 1500-1800, tercera edición, Rowman & Littlefield Publishers, Inc.Lanham, Maryland, EUA, 2009.

domingo, 29 de mayo de 2011

El comercio chino

En la historia de China el comercio representó un elemento muy sensible para la clase dirigente, temerosa de atraer influencias externas o de diluir su capacidad de gobierno, frente a poderes del exterior. La gran hazaña del marinero Zheng He en el siglo XV, de proporciones insuperables si se compara con las pequeñas flotas europeas que recorrieron Asia a partir de aquellas épocas, no se repitió debido a múltiples razones, como haberse completado pocos años después la construcción de canales norte sur que permitían el comercio fluvial dentro de China. Otra razón era el costo desmedido de tales expediciones y el considerar que el intercambio con países bárbaros no traería mayores beneficios para la grandeza del imperio.

De esta forma, cabe resaltar que con la llegada de los europeos (los portugueses en primerísimo lugar) no quedaba traza de lo que habían sido las grandes expediciones marítimas chinas. Pero es importante apuntar también que las motivaciones de europeos y chinos hacia el comercio eran radicalmente distintas: portugueses y españoles buscaban riquezas que no tenían en sus territorios. Puede parecer rudo, pero la pobreza los hizo levar anclas y proseguir aventuras en territorios extraños. En el caso de China, el orgullo de pensar que eran la cúspide de la civilización humana le hizo cerrarse hacia el mundo exterior.

A lo largo del siglo XIV, la dinastía Ming (1368-1644) estableció diversas restricciones al comercio con extranjeros. Por ejemplo, en 1394, los chinos tenían prohibido el uso de perfumes y otros bienes extranjeros. El comercio exterior estaba circunscrito a pueblos vasallos en la periferia de China. Esta actitud ante el intercambio comercial tenía también su componente filosófico basado en el Confucianismo que califica a tal actividad un acto de las clases inferiores, motivado por la ganancia y no por valores morales. En cambio, la agricultura juega en este modelo de pensamiento el papel económico central y de mayor mérito. El Estado debía tener a su cargo la tarea de regular el intercambio con los extranjeros.

No obstante las continuas regulaciones, el comercio floreció sobre todo en las zonas costeras del este y el sur de China, en gran medida a través de redes ilegales pero muy efectivas, lo que obligó a que el gobierno levantara parcialmente la prohibición al comercio en 1567. Si el pensamiento confuciano relegaba a los comerciantes, las grandes fortunas que podía amasar la clase que vivía en los márgenes de la legalidad hicieron cambiar a muchos oficiales del imperio chino.

Es en este preciso momento de transición cuando tuvieron lugar las exploraciones europeas en el sudeste de Asia y la conquista de Filipinas por parte de los españoles. Los chinos que comerciaban con grandes riesgos en la región vieron a los recién llegados, por la vía de Europa o de América, como novedosos aliados de su complicada forma de vida.


sábado, 21 de mayo de 2011

El imperio del centro del mundo

El tecleador de este blog tuvo que transitar por otros rumbos en el mes de mayo, pero seguimos con el tema, inacabable, de China.

Debo aclarar que no pretendo escribir aquí la historia de China, sino sólo colocar algunos puntos de interpretación que permitan ubicar la relación de esa potencia con el mundo americano en los siglos XV al XVIII. Por ello, hemos hablado del enorme atractivo que siempre provocó la cultura china en Occidente, con una carga de misterio y temor.

Si nos ubicamos entre los años 1500 a 1800, China era en aquel período un poder mundial, comparado con una Europa que salía del medioevo y daba el salto hacia el desarrollo industrial; la América indígena había sido sometida por los europeos y se constituían ricas sociedades de tipo colonial; Estados Unidos comenzaba a arrasar con sus praderas y con la población india, pero no era más que un proyecto de nación. En términos de población, identidad cultural con un idioma común, poderío militar, comida, literatura, arte, China destacaba de forma similar a lo que acontece ahora nuevamente.

Sn embargo, la imagen lejana de China para los habitantes de Europa y América en aquellos siglos barrocos se reforzaba por la fuerza del denominado Sinocentrismo de la cultura china, que aparece como autosuficiente, aislada y sin necesidad de contacto con el exterior. El término es europeo y proviene del latín Sinae o chino, con la intención de reflejar esa suerte de etnocentrismo de un país que se consideraba a sí mismo el centro del mundo Zhongguo, o imperio del centro.






El centrismo como punto de observación del mundo puede aplicarse a casi todas las culturas, sin embargo, en el caso de China cuenta con elementos que lo refuerzan a pesar de cambios en el tiempo. El emperador chino, nos recuerda Mungello, es hijo del cielo (Tianzí), es decir su gobierno proviene de muy arriba. De acuerdo a esa filosofía, el orden del mundo era una reproducción del cielo y el emperador era como la estrella polar, que guía a las demás.

Para China, todo lo que no era chino ocupaba un lugar secundario, periférico. Los países más cercanos, como Corea, Vietnam, las islas Ryukyu y Japón, constituían un primer círculo de pueblos, que además habían absorbido la cultura y los caracteres chinos. Más allá se encontraba la diversidad de pueblos no chinos que circundaban al imperio en el interior de Asia. Y más allá, en un tercer nivel, estaban los pueblos bárbaros (waiyí), ubicados en el sur y el sudeste de Asia y Europa.


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D.E. Mungello. The Great Encounter of China and the West, 1500-1800, tercera edición, Rowman & Littlefield Publishers, Inc.Lanham, Maryland, EUA, 2009.