Una invitación para conocer la historia del Galeón de Manila, su cultura y su impacto en Filipinas y en América.

domingo, 27 de febrero de 2011

Reparto de boletas

Las cuentas de galeón siempre fueron complicadas, en parte por la disparidad en los valores establecidos para las mercancías que transportaba y otro tanto por el ocultamiento, o franco contrabando, que realizaban los comerciantes desde Manila hasta Acapulco. Por principio es importante señalar que el navío, sus marinos y pertrechos, así como la administración corrían por cuenta de la Corona española, es decir, era una carga fiscal para todos los contribuyentes, incluyendo los de la metrópoli.

Desde su primer recorrido a fines del siglo XVI se estableció el sistema de cuotas que favorecía a los habitantes hispanos en Manila, quienes tenían por ese solo hecho la oportunidad de contar con un espacio en el galeón para cargar mercancías con destino a América y Europa. Como no todos contaban con recursos suficientes para adquirir productos podían de mil formas traspasar sus derechos a quienes si tenían capital, comerciantes, comunidades religiosas y usureros. El sistema de cuotas se explica como un repartimiento de boletas, equivalente "al valor total que debían tener las mercancías que iban a ser embarcadas y al número de toneladas disponibles para cargar en el galeón que hiciera el viaje ese año", como explica Carmen Yuste.
Durante los primeros años del tráfico, fue el gobernador de las Islas el encargado de hacer el reparto de carga del galeón; sin embargo, a partir de 1604, por un decreto de la Corona, compartió estas atribuciones con dos Juntas, una llamada de Repartimiento y otra de Avalúos. En un principio, la Junta de Repartimiento estuvo integradas únicamente por representantes de los intereses de la Corona y la Iglesia -el gobernador, la Audicencia y el arzobispo de Manila-. Desde 1702 se permitió el ingreso de dos compromisarios del comercio quienes eran, hasta antes de la creación del Consulado de Manila en 1769, los representantes del cabildo abierto de la ciudad y por lo tanto los responsables de discurrir sobre asuntos mercantiles con las autoridades de Filipinas.
De esta forma, el reparto del espacio de las bodegas del galeón se expresaba en boletas, equivalente a determinado número de piezas, medias piezas o cuarto de piezas. Habrá que imaginar el grado de conflicto que se generaba con tal repartimiento entre los pocos y aislados habitantes europeos en Manila, a los que se diferenciaba también conforme a su rango y capital. Las boletas no podían ser vendidas o transferidas, a excepción (siempre las hay) de las viudas y comerciantes pobres. Volveremos sobre esto.

Hubo periodos en que el Gobernador impuso su poder sobre las juntas de repartimiento y avalúo para controlar el comercio, por encima de los intereses de los habitantes representados por la Ciudad y el Comercio, aunque siempre la Corona intentó evitar abusos. Un ejemplo de ello fue el papel del gobernador Sebastián Hurtado de Corcuera, quien estuvo en las islas de 1635 a 1644 e intentó suspender la función de las juntas. Quizás el error más grave de este administrador fue entrar en conflicto con la iglesia, a quien también pretendió sujetar.

En suma, el mecanismo de asignación de boletas como parte del sistema de comercio del galeón se mantuvo hasta el siglo XVIII, cuando la oleada de reformas establecidas por los Borbones pretendieron dar nuevos aires a ese sistema. Un diagnóstico cuidadoso de las deficiencias fue realizado por Francisco Leandro de Viana, Conde de Tepa, promotor de esa visión modernizante desde la metrópoli, y quien identificaba el atraso de Filipinas precisamente como resultado del monopolio del galeón. Un claro efecto de los mecanismos rentistas del galeón era la concentración física de colonos hispanos o novohispanos en Manila, dejando en desventaja el resto del archipiélago. Los vecinos europeos de la islas vivían en el ocio y los vicios, según lo documenta Leandro de Viana, dependiendo de los beneficios del comercio, que era irregular por la naturaleza del trayecto en el Pacífico.

De tal diagnóstico era natural concluir que se debía dotar a Filipinas de una base agrícola autosuficiente, liberar el comercio, conforme a las práctica mercantilistas de aquella época y fomentar el intercambio directo entre Sevilla y Manila, rompiendo el monopolio mexicano. Las reformas borbónicas intentaban dar así una estocada al comercio por la vía de Acapulco, décadas antes del estallido de la independencia en México.
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Carmen Yuste, pp. 54-56; Schurtz, pp. 162-163.

Francisco Leandro de Viana, Demostración del mísero deplorable estado de las Islas Philipinas, Manila, 1765, citado por Luis Alonso Alvarez, El impacto de las reformas borbónicas en las redes comerciales.Una visión desde el Pacífico hispano, 1762-1815, consultado 5 febrero, 2011.

martes, 22 de febrero de 2011

Los mapas son...

... los ojos de la historia.
Gerardus Mercator.
El martes 22 de febrero se realizò la presentación del libro Las Independencias. Explorando las claves de América Latina, que contiene el catálogo de la exposición cartográfica Paseo en Mapa, presentada en 2010 en el Colegio de San Ildefonso, en la ciudad de México. Tanto la exposición como el libro es resultado de un enorme esfuerzo de coordinación que recoge cartografía americana desde el periodo colombino. En el sentido museográfico, la exposición fue un alarde también de documentos poco conocidos, instrumentos de navegación, grabados y pinturas de la geografía americana, y por supuesto mapas.

Quien haya tenido oportunidad de visitar la exposición, que contó con más de 60,000 visitantes, podrá ahora disfrutar las interpretaciones de lo que ha sido de alguna manera una biografía gráfica del continente americano. Los textos observan con detalle los mapas y las historias de conquista, colonizaciòn, revueltas, batallas e independencias que se convierten en los horizontes reconocidos ahora como fronteras.

En palabras de su coordinadora, la doctora Mercedes de Vega, Directora del Acervo Histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores, el libro aporta un mejor conocimiento de la riqueza de los archivos que existen en América Latina y cuenta sobre todo una historia cultural y humana de enorme valor. Enhorabuena.

lunes, 21 de febrero de 2011

La Pancada

Era tan escasa la población hispana en Filipinas que la metrópoli intentó estimular, al margen de soldados y misioneros, la colonización de las islas con familias que pudieran permanecer en aquellas tierras. El viaje, además de riesgoso, significaba en muchos casos un punto de no retorno para la mayoría de los que se atrevían voluntariamente a viajar en el galeón. Un mecanismo que alentaba la colonización era la posibilidad de participar de los beneficios del comercio de productos asiáticos, iniciado prácticamente desde 1593. El desarrollo de las islas fue visto como una empresa siempre a punto de fracasar a menos de que se permitieran beneficios extraordinarios para aquellos hispanos que aceptaban viajar y residir en ellas.

En el caso de la seda se estableció la denominada pancada, o sistema de compra en conjunto, principalmente de seda china. Esto permitía una negociación más ventajosa para los comerciantes en Manila, comparada con las compras individuales. En contraparte, los derechos de carga del galeón que se dirigía a Nueva España se distribuía entre los habitantes hispanos de Manila por medio de boletas. El término pancada parece derivar del portugués para designar una lluvia imprevista o aluvión, una manera gráfica para designar la irregularidad del galeón que llegaba anualmente, y que en ocasiones tardaba años en volver.

En la metrópoli sin embargo había también otro tipo de preocupaciones por evitar, por un lado, la concentración excesiva de la riqueza del galeón en manos de unos cuantos comerciantes por otro la fuga de la plata hacia el otro lado del Océano Pacífico. Esta situación llevó a los administradores españoles y también novohispanos a buscar una regulación de las normas del comercio, que en ocasiones resultó excesiva y propició por el contrario el ocultamiento y el contrabando. Las autoridades concedían permisos que regulaban el valor y la cantidad de las mercancías, una especie de modernas cuotas de exportación.

Desde un principio, el problema fue cómo llevar la contabilidad de los productos, sobre todo cuando muy pronto comenzó a darse una enorme variedad de géneros que dependían de la oferta de los comerciantes que llegaban a Manila. La mayor regulación se daba precisamente sobre el comercio de la seda, que podía competir con la producida por España. Se hacía un prorrateo de espacios disponibles en el galeón, por medio de boletas entre los colonos que vivían en Manila.

El primer "permiso", nos dice Schurz, se fijó en 1593, "limitando el valor de la carga total de mercaderías transportadas a 250,000 pesos en Manila, y un valor total en venta en México de aproximadamente el doble de aquella cifra".
El mismo techo fue ratificado por disposiciones de 1604 y 1619. Ese máximo legal duró hasta 1702, cifra que mantuvo hasta la desaparición de la línea marítima en 1815. Durante todo ese tiempo el valor de lo vendido se estimaba que sería el doble de lo tratado en Manila. No se asignaban cantidades, ni en Acapulco ni en Manila, para el pago de aduanas, que iban incluidas en el total fijado en el permiso. Todo esto eran las reglas del juego, su cumplimiento más o menos exacto era otra cosa y generalmente existió un ancho margen entre ambas cosas.
Al cabo del tiempo, el propósito metropolitano de evitar el monopolio del comercio fue vencido por la concentración de intereses de un grupo fuerte de comerciantes sobre todo novohispanos, que fueron capaces de enviar a sus propios agentes hasta Manila, para estrechar los lazos de comercio y darle vuelta a las reglamentaciones.

En 1604, Felipe III expidió un decreto que establecía una junta encabezada por el Gobernador en Filipinas que tomaba las decisiones en nombre de la comunidad (...) "estos intereses comprendían a la Corona, a la Iglesia y a la Ciudad y Comercio", explica Schurz.
Se llamaba la Junta de Repartimientos y de ella formaban parte miembros del Cabildo municipal y el Arzobispo de Manila. La reglamentación aparecida en 1734 sustituía a uno de los regidores por un juez de distrito de la Ciudad. Esta misma reglamentación reformada establecía que el regidor municipal debería alternar esa función cada dos años con uno de los ocho compromisarios que representaban al Comercio o intereses de la comunidad, en el sentido más estricto.

La introducción de este último miembro en la Junta es significativa del cambio ocurrido en el seno de la misma porque los ocho compromisarios eran la base del Consulado creado en 1769 como organismo que había de regir aquella actividad comercial. Es también indicadora de la nueva división en la Colonia entre "Ciudad" y "Comercio", que hasta entonces habían sido la misma cosa. A partir de ese momento el poder en el tráfico del galeón estaría en las manos de unos pocos comerciantes ricos. Este grupo no quería sufrir ni el poder omnímodo del Gobernador -virtualmente decisivo en todos los casos- ni tampoco compartirlo con los ciudadanos de Manila que no eran comerciantes registrados en el Consulado.

El comercio iba a ser en adelante dirigido por comerciantes, con el mínimo de participación del gobierno; el Consulado y sus hombres de negocios iban a realizar en adelante las funciones de aquella vieja Junta de Composición tan heterogénea y las realizó hasta la extinción del régimen del galeón en 1815.
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Schurz, Ibidem, pp 161-163.

domingo, 20 de febrero de 2011

Ciudad y comercio

La peculiar ubicación de Manila como centro comercial en el sudeste de Asia, a donde recalaban comerciantes provenientes de India, Malasia, China, Japón y otros puntos distantes, fue un estimulo muy importante para el florecimiento del intercambio a través del Pacifico. La ciudad formaba parte de un sistema regional de comercio antes de la llegada de los españoles, pero se mantuvo como entrepôt de sistema expandido a partir de la última década del siglo XVI hasta el XIX. El dominio español en Filipinas fue la garantía de funcionamiento de dicho mecanismo comercial, alimentado por la plata americana, pero controlado por el vasto imperio español, por lo que enlazaba a un mismo tiempo a Europa, América y Asia. Insistimos en que esta fue la primera verdadera globalización efectiva de la economía mundial.

Ahora bien, el caso de Manila y de sus habitantes hispanos y americanos es de particular interés porque habla de Emporios Transpacíficos, para usar el término de Carmen Yuste para designar a una élite comercial globalizada que tenía intereses en los tres continentes. Los estudios clásicos hacen referencia por lo general a la importancia de este sistema comercial para los fines europeos y si acaso americanos, pero sólo recientemente han aparecido importantes análisis acerca de la visión asiática de este fenómeno.

Comencemos por la propia ciudad de Manila y su peculiar condición de puesto de tránsito, habitado y dominado por extranjeros. En palabras de William Lyte Schurz, un clásico del tema del galeón, debido a que toda la población hispana que vivía en Filipinas dependía ámpliamente para su mantenimiento de las ganancias de los galeones.
Como consecuencia de dicho principio todos los pertenencientes a dicha comunidad tenían el privilegio de participar en el flete de los navíos. Las naos eran propiedad de la Corona y era esta la que reglamentaba minuciosamente el funcionamiento del sistema con el objeto de asegurar a cada ciudadano de la colonia una participación en los beneficios. Así la Ciudad y el Comercio expresión usada a menudo al dirigirse al Rey, significaba la identidad de la una y de lo otro y durante el tiempo constituyeron casi un sinónimo.

Las primeras disposiciones que rigieron el comercio del galeón fueron apareciendo bajo la forma de reales órdenes. Muchas de ellas datan de 1593 y la mayor parte de este corpus legal fue codificado bajo el nombre de "Leyes de Indias". Los gobernadores ejercieron también un poder legislativo en dichas materias.
En entradas posteriores iremos revisando las modalidades de este comercio, la presencia de los comerciantes novohispanos, usos y abusos, pero también procuraremos integrar la visión contemporánea sobre la presencia de los comerciantes chinos en un comercio que ellos también aprovechaban.
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Carmen Yuste, Emporios Transpacíficos, Comerciantes Mexicanos en Manila, UNAM, México, 2007.

William Lyte Schurtz. El galeón de Manila, Prólogo de Leoncio Cabrera, traducción de Pedro Ortiz Armengol, Ediciones de Cultura Hispánica, Madrid, 1992.

domingo, 13 de febrero de 2011

Plata

De plata los delgados cuchillos, los finos tenedores; de plata los platos donde un árbol de plata labrada en la concavidad de sus platas recogía el jugo de los asados; de plata los platos fruteros, de tres bandejas redondas, coronadas por una granada de plata; de plata los jarros de vino amartillados por los trabajadores de la plata; de plata los platos pescaderos con su pargo de plata hinchado sobre un entrelazamiento de algas: de plata los saleros, de plata los cascanueces, de plata los cubiletes, de plata las cucharillas con adorno de iniciales... Y todo esto se iba llenando quedamente, acompasadamente, cuidando de que la plata no topara con la plata, hacia las sordas penumbras de cajas de madera, de huacales en espera, de cofres con fuertes cerrojos, bajo la vigilancia del Amo que, de bata, sólo hacia sonar la plata, de cuando en cuando, al orinar magistralmente, con chorro certero, abundoso y percutiente, en una bacinilla de plata, pronto cegado por una espuma que de tanto reflejar la plata acababa por parecer plateada...

Alejo Carpentier, Concierto Barroco, Siglo Veintiuno editores, México, primera edición, 1974.

viernes, 4 de febrero de 2011

Azogue


Dejemos la palabra azogue a los poetas. Usemos una designación más actual: mercurio, ese metal líquido que tirita en la palma de la mano de un niño, que con callada intención rompió el termómetro.

Hablemos del mercurio que dejó una herida profunda en las sierras peladas del Potosí boliviano; en Guanajuato y en Zacatecas, en la Nueva España. El elemento químico altamente tóxico era utilizado para atraer las partículas de plata y oro del mineral extraído de las minas. El momento de auge platero en Perú y en México en el siglo XVII trajo consigo enormes riquezas y un despliegue inconmensurable de pobreza en las poblaciones mineras. El mercurio quedó entonces en las venas de los mineros que rara vez rebasaban los treinta años, para morir envenenados por el metal líquido.

El método de amalgamación implicaba mezclar mercurio con los metales hechos trozo. Al calentar la mezcla, el mercurio se evapora y quedan libres los metales preciosos. Se usaba la mano esclava indígena para mezclar con los pies los ingredientes. Las bestias de carga, mulos y asnos, ya no digamos caballos, eran demasiado caros para este trabajo. El método era utilizado por las grandes compañías mineras, frente a un sistema de fundición que empleaban las pequeñas mineras.

Pues bien, toda esta triste historia de explotación humana puede ser fácilmente olvidada y ahora se intenta convertir la explotación minera de aquella época en un valuarte cultural del comercio de mercurio traído de Europa.

México, España y Eslovenia presentaron el año pasado por vez primera una candidatura tripartita para colocar en la lista del Patrimonio de la Humanidad una ruta cultural: el Camino Real Intercontinental del Mercurio y la Plata.

La propuesta fue desechada durante la reunión del Comité de Patrimonio Mundial de la UNESCO, en agosto de 2010 en Sevilla. El proyecto enlazaría a tres ciudades: Almadén (España), Idria (Eslovenia) y San Luis Potosí (México). Sin embargo, continua el interés de sus promotores.

La prensa lo ha bautizado como la ruta del azogue.

Desde los yacimentos de Almadén hasta su destino americano, el mercurio español atravesaba más de nueve mil kilómetros, en un recorrido que comprendía un viaje en carretas o mulas hasta Sevilla y luego una travesía ultramarina hata el puerto de Veracruz, para alcanzar la capital del Virreinato y otro trayecto más hasta las correspondientes minas de plata del centro norte del territorio.

Sin embargo, en México existe un rechazo al proyecto por parte de importantes grupos ambientalistas y sociales, ya que es considerado como una acción política de gobiernos locales ligados a la minería que se ejerce, todavía en pleno siglo XXI, sin la más mínima responsabilidad social.