Una invitación para conocer la historia del Galeón de Manila, su cultura y su impacto en Filipinas y en América.

domingo, 21 de noviembre de 2010

La intervención de Roma

A todo lo largo del siglo XVII, los conflictos entre las congregaciones religiosas católicas con relación a las opciones de evangelización en Asia repercutieron en el propio Vaticano, epicentro del control político de dicha expansión. El tema es tan extenso y complejo que daría pie a a una saga como la del Código DaVinci, de Dan Brown. Por lo pronto, me interesa hacer un recuento de tal polémica desde la perspectiva romana.


Gregorio XIII (Papa de 1572 a 1582) fue un apasionado de la expansión religiosa en Asia. Conocido antes de ser Papa como Gregorio Boncompagni, fue elegido a los 70 años, y estaba interesado en las nuevas dimensiones físicas y temporales del mundo. Propuso el cambio de calendario, que una vez instituído se llamaría Gregoriano. Fue el primero en tomar partido en este conflicto con su breve Ex Pastoralis a favor de los jesuítas (1).


Su seguidor, Felice Peretti (Papa de 1585 a 1590) fue un franciscano que ascendió al trono de Roma a los 64 años el 24 de abril de 1585 como Sixto V. Podría ser calificado como el creador del nuevo y moderno Papado. En una primera etapa promovió la restauración eclesiástica y la administración interior, pero después mostró una propensión extraordinaria a planes fantásticos junto a un sistema local de gobierno (justicia e impuestos) que le acarreó muchos enemigos. De caracter cambiante (en momentos decisivos se muestra indeciso y vacilante) soñaba con la conquista cristiana de Asia. Su propósito era claro: convertir a Roma en una Metrópoli de la Cristianidad, y no en la mera residencia del Papa, que era por cierto el Castillo de San Angel. Convertir los monumentos antiguos en testimonios de la derrota de la paganía por la religión católica; acumular dinero (aunque sea prestado) para constituir un tesoro en el que había de apoyarse el poder temporal del Estado Pontifício. El 15 de noviembre de 1586 revirtió la breve de su antecesor y emitió Dum ad Uberes facultando a los franciscanos a fundar iglesias y conventos en todos los reinos de las Indias, incluyendo China.

Pero el ritmo de la vida en Roma era como una especie de lotería, donde a la elección de un Papa seguía su funeral, otro cónclave y, casi siempre, el cambio de bandos. Urbano VII gobernó una semana, septiembre de 1590, Gregorio XIV diez meses y diez días, 1590 - 1591, Inocente IX en octubre y noviembre de 1591. Los embajadores-cardenales de España y Portugal defendían sus intereses y procuraban apadrinar a las diversas órdenes religosas en el otro lado del mundo. Fueron años de turbulencia y espera.

Para los optimistas, Roma era también la capital de las oportunidades pues la escala móvil siempre se abría a nuevos cardenales, casi todos ancianos y algunos de origen humilde. No obstante, el 30 de enero de 1592 Ippolito Aldo Brandini, protegido del cardenal Farnese ascendió al trono de San Pedro con el nombre de Clemente VIII. Era un hombre rico, prudente y relativamente joven, pues a los 56 años habría de conducir a la iglesia romana por 13 años. Se le pidió gracia para sus enemigos y que todo fuera perdonado. En señal de sus intenciones se llamaría Clemente.

Las promesas de evangelización en Asia llegaban a Roma en cartas desde Macao y Manila. Casi siempre eran positivas, pero desde 1597 se tornaban amargas y más desesperadas por la persecución religiosa en Japón. La voluminosa correspondencia desde Asia describió los grandes cambios que se estaban produciendo con la unión forzada de los shogunes bajo el mando de un nuevo comandante supremo. Los padres en Japón enviaban mensajes contradictorios acerca de la persecución religiosa, mezclados con las buenas nuevas de su acercamiento a China y Japón.

En el año 1600 Clemente VIII emitió Onerosa Pastoralis Officio en que permitía a todos los institutos religiosos evangelizar China y Japón pero sólo entrando por la vía de Portugal, lo que impuso una barrera a los frailes manilenses. El obispo de Japón, Cerqueira, publicó el edicto papal hasta el año 1604, ordenando que salieran las órdenes mendicantes. Franciscanos, Agustinos y Dominico estaban a la espera de los consabidos cambios de Roma, como de hecho sucede en 1608, cuando el nuevo Papa Paulo V autorizó (Sedis Apostolicae Providentia) el ingreso de misioneros por cualquiera de las rutas. El decreto fue ratificado por Urbano VIII en 1633 en Ex debito pastoralis Officii.

Las razones de estas decisiones papales, aparte del cabildeo de los misioneros en Roma, se debió también a la agudización del conflicto entre Francia y España que hacía más difícil el tránsito a partir de Lisboa y el viaje por la vía de Portugal se tornó más peligroso con la creciente presencia holandesa en India. En Goa, la Inquisición portuguesa maltrataba a los que no fueran lusitanos (2).


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[1] Ranke Von Leopold, Historia de los Papas, Mexico FCE 1974.
[2] Dunn, p. 235

sábado, 13 de noviembre de 2010

Comerciantes / Misioneros

Sobre las disputas entre las diversas congregaciones religiosas que se movilizaban en Asia en el siglo XVI y XVII es fundamental la incursión jesuita encabezada por los padres Matteo Ricci y Michele Ruggieri, alentados por una perspectiva de muy largo alcance, producto del pensamiento antireformista de la Compañía de Jesús. Su campaña tenía como propósito la expansión religiosa, pero sin perder de vista lo que ahora llamaríamos "sustentabilidad" económica. Es decir, una asociación simbiótica con el proceso comercial colonial de los portugueses en la India y en Macao, en el sur de China.

A pesar del apoyo brindado por la corona española y portuguesa a la misión jesuita en Asia, los costos eran demasiados elevados. Boxer calcula sobre la base de los informes anuales del visitador Valigniano que el ingreso de tales donaciones no ascendía a más de 7,700 ducados cuando los gastos de la misión eran de entre 10,000 y 12,000 cruzados. En tales circunstancias, era evidente la necesidad de obtener nuevos ingresos y tal como Valigniano propuso (aunque con cierta reticencia del Rey Felipe y del Papa) era necesario solicitar la ayuda del Dios del Dinero. Los jesuítas rápidamente asumieron la personalidad comercial, incluso a gran escala. “Las prácticas comerciales iniciaron muy temprano, quizás desde 1567, pues el general de la Compañía de Jesús, Francis Borgia, escribió al provincial de Goa, en la India, que abiertamente estaba en contra de los métodos utilizados por los misioneros en Japón para financiar sus operaciones, y que esperaba ansiosamente que ellos encontrasen otra fuente de ingresos, más edificante y segura”[1].

Ciertamente encontraron una fuente más segura, pues en 1578 el padre visitador Alessandro Valigniano concluyó el contrato con la comunidad mercantil de Macao para una participación formal de los jesuítas en Japón en el comercio Macao-Nagasaki, de la siguiente forma: la carga máxima anual de hilo de seda de Macao a Japón era de 1,600 picul[2]. Este cargamento se lograba con la participación de comerciantes que contribuían con parcelas de acuerdo a sus propios medios y sobre la base de una tasación previamente acordada. Del total de los 1,600 piculs, los jesuítas contribuían con 100 piculs, y de este comercio llegaban a obtener hasta 4 000 ó 6 000 ducados al año. El acuerdo fue aprobado por el Papa Gregorio XIII, ratificado en 1582 por el virrey de la India y en 1589 por el senado de Macao. Ello sumado a las donaciones que llegaban vía Malaca, India y Europa, sumaba los 12,000 ducados de sus gastos anuales. Valigniano alguna vez comparó este comercio con el milagro de la reproducción de los peces y los panes, aunque ciertamente fue su habilidad comercial lo que hizo posible tal milagro, que en palabras de los jesuítas equivalía a sentar bases propias para la empresa evangelizadora en el continente asiático. La epopeya de Ruggieri y Ricci es haber obtenido lo que ningún otro misionero había logrado: entrar al seno del Imperio Chino, “alcanzar la luna” decían ellos mismos.

Para ello se demoraron doce años desde que establecieron en 1583 una misión permanente en Chao-Ching y cinco años más tarde, cuando Ruggiere regresó a Europa, en 1588, para abogar por la acción jesuíta en el Lejano Oriente, Ricci tomó en sus hombros la misión, soñando todavía con alcanzar algún día Pekin y ver al emperador. Su sueño se hizo realidad en 1601 al entrar a la Ciudad Prohibida en la capital china, donde estuvo hasta su muerte en 1611. Ruggiere por cierto nunca regresó a Asia y murió en Roma en 1607. Junto con China, Japón era apreciado por los jesuítas debido al refinamiento de la cultura nipona, aunque se consideraba un país poco desarrollado en términos económicos.

Durante los años de espera Ricci puso en práctica el nuevo enfoque evangelizador: hacer que el catolicismo, su filosofía y su práctica, fuera asimilable y, más aún, apetecible para la mentalidad y la forma de vida chinas. Sobre el principio de que el reclutamiento religioso debía hacerse en el vértice de la sociedad, estos misioneros aprendieron el idioma chino y copiaron costumbres como el vestido de los monjes, la barba proverbial de los filósofos confusianos y se rodearon de lujos y de sirvientes. El plato fuerte, al estilo de los mandarines[3] y escolares de la corte fue entrar al debate cortesano sobre filosofía y artes, introduciendo piano piano los conceptos cristianos. Alimentando la curiosidad de las personas importantes llevaron a China libros, mapas, pinturas, instrumentos musicales y relojes[4].

La contraparte de la empresa jesuíta en Asia era de tipo filosófico y religioso, por ejemplo, ¿cómo presentar el cristianismo a los asiáticos?. ¿De qué forma las tradiciones y prácticas chinas confusianas podrían ser asimiladas dentro del ritual católico?. Se alegaba por ejemplo que las prácticas chinas de respeto a los ancestros eran simplemente folclóricas y cívicas, como en efecto pueden ser entendidas hoy en día, y no de naturaleza religiosa. ¿Qué tan lejos debían llegar los misioneros en la mezcla de rituales nacionales, chinos y japoneses, con la litúrgia católica?. Esa misma táctica fue utilizada con extremo cuidado por las primeras incursiones jesuitas en Japón, si bien se distinguían las diferencias entre la filosofía Confucio, en China, y la religión Budista, mayoritaria en Japón. Para los jesuítas la evangelización debía ser un proceso paulatino y sutil a fin de no ofender la sensibilidad de los asiáticos [5]. Más allá del viejo dilema del fin y los medios, el asunto se refería a la enorme sorpresa, una fascinación, que provocó en los medios intelectuales europeos y americanos el encuentro con las culturas asiáticas; un cierto presagio sobre lo que en siglos posteriores se convertiría en la fascinación por las chinerías y lo exótico que proviene de ese continente. En términos actuales es un fenómeno parecido al de la globalización, al achicamiento del planeta, o como señaló Fernand Braudel a
la amplitud del mundo

que ahora conocemos, cuando el orbe nos parece más estrecho; éste era en cambio para los hombres del siglo XVI un problema monumental con el que tenían que lidiar. Por ejemplo, el espacio físico del Mediterráneo en aquella época era de por si inabarcable, y sin embargo esos mismos hombres se lanzaban a la conquista de Asia. Los viajes duraban meses y en múltiples ocasiones años, si no acababan en un naufragio o devastados por enfermedades desconocidas y aterradoras como el escorbuto. Las cartas que en Europa tardaban semanas, para llegar a Lejano Oriente duraban de uno a dos años. A pesar de ello, o quizás por la misma razón las cartas constituyen largos ensayos antropológicos y culturales que amontonan la enorme correspondencia entre el Superior de la Compañía de Jesús y Europa.

Comprender la importancia de las distancias es percibir desde un nuevo ángulo los problemas que planteaba la gobernación de los imperios en el siglo XVI”, nos dice Braudel. Tanto el imperio de Felipe II, donde el sol nunca se ocultaba, como el Papado estaba obligado a responder a los requerimientos del primer sistema económico y político que se extendía por todo el mundo conocido. Para tomar decisiones en Madrid se requería recabar opiniones en Europa, América y Asia. Braudel reflexiona: “Esta es una de las razones por las que el pulso de España late a un ritmo más lento que el de otros países[6].


[1] Boxer, Ibidem, pp. 91-98
[2] Picul es una medida de peso, que varía de 60 a 63.3 kilogramos en la mayor parte del sudeste de Asia, pero que el siglo XIX fue calculada en 69 kilogramos.
[3] Mandarín es una palabra de origen portugués para designar a la refinada burocracia china, o jefes mandatarios. Como tal no existe en el idioma chino.
[4] Los chinos estaban fascinados con la capacidad de memoria de Matteo Ricci, quien podía retener en una sola lectura hasta 400 nuevos caracteres diferentes, todos sin una conexión logica entre ellos, y repetirlos hacia adelante y hacia atrás. Para halagar a sus admiradores chinos escribió un breve texto sobre nemotecnia denominado His-Kuo Chi-fa (Técnicas Occidentales de la Memoria). Volveremos sobre este asunto.
[5] Villarroel, Ibidem
[6] Ferdinand Braudel. El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en el época de Felipe II, segunda parte. Destinos colectivos y movimientos de conjunto. Capítulo I. Las economías: la medida del siglo pp. 473-497. F.C.E. México

sábado, 6 de noviembre de 2010

Críticas jesuítas

Más sobre los ritos chinos.

¿Qué tan correcta era la crítica jesuita hacia los padres? De hecho desde 1575 los agustinos habían tenido también presencia en China, aunque con escasos resultados. El mejor producto de una visita de Martín de Rada en aquella época fue un memorial que describe la mítica Cathay de Marco Polo. Los relatos de Rada forman la base de la obra de otro agustino, Juan González Mendoza, nombrado en 1580 embajador de Felipe II ante el emperador chino, posición que nunca logró desempeñar. En 1585 González de Mendoza publicó la Historia del gran Reino de China que a principios del siglo XVIII se había traducido a varios idiomas europeos y divulgado ampliamente.

No puede ocultarse que los misioneros no jesuitas también hicieron un esfuerzo notable en entender la mentalidad china, a despecho de la acusación jesuíta de que era simples “frailes idiotas”, y ello se demuestra en las obras lingüísticas como la del padre Juan Cobo en 1593, Pieng Cheng-Cha Chen-Shua Shih-Lu, destinadas a catequizar a los chinos residentes en Manila[1]. El campo de prácticas de los misioneros filipinas eran los barrios manilenses en que comerciantes asiáticos vivían por largas temporadas en las islas. Uno de los grandes logros fue la fundación de la Universidad de Santo Tomás como obra de los dominicos.


[1] Ya hemos mencionado en este blog (abril de 2009) la obra de J. Cobo. Apología de la Verdadera Religión, edición facsimilar a cargo de F. Villarroel, Universidad de Santo Tomás, Manila 1986.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Espejo invertido


Hay una buena cantidad de literatura acerca del encuentro entre europeos y asiáticos en la primera etapa de globalización, del siglo XV al XVII. Las descripciones de viajeros, misioneros y comerciantes en India, China, Japón son amplias y constituyen una suerte de antropología avant la lettre de culturas desconocidas para Occidente. Esos recuentos europeos, empezando por El Millón de Marco Polo, conocido así por la cantidad de mentiras que contenía según sus contemporáneos, resumen también la visión limitada de los occidentales que llegaban a sociedades extremadamente complejas, en varios casos más refinadas que las europeas.

Del lado asiático también existen testimonios acerca de aquellos primeros europeos que se asomaban en las vastedades de Asia. La misma curiosidad por los otros y la misma intención de clasificarlos conforme a sus valores y normas de conducta arrojan interesantes recuentos que son menos conocidos en el mundo occidental. Sobre este aspecto el Centro Científico y Cultural de Macao publicó en 2007 un libro bilingüe titulado O Espelho Invertido, Imagens asiáticas dos europeus 1500-1800, a cargo de Jorge Flores, investigador del Centro.



A partir del desembarco de Vasco da Gama en Calicut, en mayo de 1498, miles de asiáticos, desde India hasta Japón observaron a aquellos atrevidos marineros. Algunas de esas observaciones sobre los faranji (término árabe que se extendió por toda Asia para designar a los europeos) quedaron escritas, con particular énfasis en su apariencia física, la vestimenta, los productos exóticos y los barcos que los transportaban.

La vocación religiosa de aquellos extranjeros era conocida en Medio Oriente e India, escenario del enfrentamiento entre el Islam y el Cristianismo, pero a esta característica determinante, unas veces tolerada y otras combatida, se agregaba la idea de que eran seres malignos, con rasgos similares a demonios, sobre todo por sus prominentes narices (ta pi ze, o narizón, se dice aún hoy con sorna a los extranjeros en China)


Un misionero jesuita en Japón, el padre Organtino, según un panfleto anticristiano.


Piratas, peces, hombres de sombrero....

Otra poderosa imagen de los europeos era su origen marino, con extrema movilidad. En los anales de la dinastía Choson de Corea, en el siglo XVI, se describe a los portugueses como "demonios del mar" (Haegui) "barbados, de cabello rizado, que pasan sus días en el fondo del mar alimentándose de pescado". La opinión de los chinos era parecida. Cristovao Vieira, sobreviviente de la misión de Tomé Pires, escribió en 1534 desde Cantón que los chinos lo comparaban con un pez "que muere en cuanto es sacado del agua o del mar". Casi un siglo y medio después, el gobernador de Cantón señalaba en 1666 que los portugueses "no tenían tierra, e incluso si la tuvieran no sabrían cómo cultivarla".




.... bien vestidos, pero no límpios.

Dos elementos de la vestimenta de los europeos llamó siempre la atención de los asiáticos: el sombrero y los pantalones abombados. Las imágenes que se recogen desde sus primeras apariciones en India, en el sur de China o en Japón muestra esa característica. No es dificil imaginar el aroma que sus cuerpos despedía, sobre todo en las zonas tórridas a las que llegaban. Su comportamiento también es notorio: beben alcohol en abundancia y carecen de modales al comer. Llevan esclavos negros. Son hombres de armas, dispuestos a hacer negocios con quien se prestara al intercambio.


Por supuesto, estas opiniones fueron cambiando con el paso del tiempo y dejaron de ser generalizaciones para convertirse en políticas claras hacia los extranjeros. Chinos y japoneses comenzaron pronto a diferenciar entre los europeos comerciantes y los misioneros; entre bárbaros y letrados; entre holandeses, portugueses y españoles. Una historia muy larga de contar.
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O Espelho Invertido, Imagens asiáticas dos europeus 1500-1800. Centro Científico e Cultural de Macau, I.P. Mnisterio de Ciencia, Tecnologia e Insino Superior.