Una invitación para conocer la historia del Galeón de Manila, su cultura y su impacto en Filipinas y en América.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Música de la Nao



Agradezco a los amigos del grupo La Folia, dirigido por el flautista Pedro Bonet, el envío de su nuevo disco dedicado a la música de la ruta española a Extremo Oriente. Se trata de un excelente esfuerzo de recuperación de aquellas tonalidades europeas que acompañaron a los viajeros que atravesaban el Océano Pacífico a partir del siglo XVI. Contiene igualmente composiciones realizadas ya por autores-misioneros en tierras orientales en el siglo XVIII, como Teodorico Pedrini (1671-1746), y algo de lo que generó la influencia asiática en el imaginación musical occidental en el período barroco, notablemente la música de Philippe Rameau.

El texto que acompaña al disco describe de qué manera la música formó parte del equipaje de lo viajeros, "tanto si se trataba de nobles, aventureros, soldados, funcionarios, colonos, agricultores y gentes de diverso oficio, como de religiosos (destacando estos últimos por el papel del arte sonoro y aculturación), y también libros de canto llano y partituras de tonos divinos y humanos, instrumentos de viento y de cuerda pulsada o frotada (cuya construcción se inició rápidamente allende los mares),así como cantores e instrumentistas profesionales que trabajaron en las casas, palacios y capillas musicales diocesanas de los teritorios de ultramar, junto a otros que se fueron formando localmente".

Enhorabuena por este grato resultado.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Un arte global



A finales de enero concluirá en el Museo del Prado en Madrid la exposiciòn "Pintura de los Reinos", que reune gran cantidad de obras elaboradas tanto en España como en América en los siglos XVI y XVII. La tesis que fundamenta esta iniciativa es tratar de ver de manera integral un arte que no reconocía fronteras nacionales, tal como ahora las conocemos. En esencia, el imperio español proyectaba un modelo que procuraba ser uniforme, aún cuando en los lejanos confines de su poder aparecían formas locales relativamente distintas de aquel modelo.

El ingrediente asiático en esta muestra son los biombos novohispanos, que señalan la influencia de Oriente, especialmente Japón en el gusto de los criollos en América.

Algo que destaca es la calidad de las obras realizadas tanto en Perú como en México, a un nivel similar al europeo de aquella época. La exposición muestra, como lo señala el título, la existencia de identidades compartidas en el mundo hispánico.

Los estudios de preparación tomaron varios años a un grupo de expertos coordinado por la Dra. Juana Gutiérrez-Haces, quien por desgracia falleció antes de ver el resultado de ese enorme esfuerzo. El proyecto cuenta con el apoyo de varios países y entidades privadas, por lo que podrá ser admirada a partir de marzo de 2011 en el Palacio de Iturbide, en el centro de la ciudad de México.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Misiones japonesas en Manila

El juego del espejo invertido permite entender de mejor manera el complejo entramado de relaciones que existía en Asia al final del siglo XVI, en el que los europeos sólo eran parte del conjunto de intereses de poderes ascendentes en Japón y China.

Un primer caso ha sido estudiado por Lothar Knauth (1) y es el del corsario, gobernador, comerciante japonés Kamei Korenori, que usaba el título de Señor de Taiwán (Taishu no Kami). Este personaje juraba lealtad al shogún Hideyoshi y el nombre que ostentaba era más el deseo de mostrar su poder que la realidad. "como descubridor de las minas de plata de Sakai (...) se interesó en el comercio en el sureste de Asia, interés del que participaban otros daimyo y mercaderes".

En ese caracter, en el año 1587 llegó a Filipinas una misión comercial japonesa enviada por el Daimyo Jirado o Reino de Firando, como decían las cartas con las que Santiago de Vera, Presidente de la Audiencia de Filipinas, informaba al virrey de México, Don Álvaro Manrique de Zuñiga, Marqués de Villa Manrique. El ofrecimiento japonés consistía en apoyar con hombres armados a los españoles en Filipinas:
y así las veces que se le mandase y avisase que hay necesidad alguna para su servicio de gente de guerra, el dicho rey y otro rey cristiano, su amigo, llamado don Agustín, enviaría los soldados que se le pidiesen, bien armados y a poca costa:
De acuerdo a Knauth, el enviado japonés llevaba otras intenciones ocultas, como sería aliarse con filipinos y convertir a las islas en protectorado japonés.

Existen al menos otros dos documentos que dan cuenta de la presencia japonesa en Filipinas en aquellos años. Knauth cita un testimonio de 1587 dado frente al obispo Domingo Salazar por un grupo de japoneses. La declaración se tomó el 4 de julio de 1587 y la firmaron once testigos que llegaron desde Jirado en barco, pero que eran residentes de Jakata, Bungo, Miyako (Kioto), Sakai, Jigo. De Jirado vino solo Andrés González Aburaya Jakadiro. Como interpretes se mencionaba a dos japoneses, Nicolás Báez y Luis Fernández.

El testimonio empieza con una descripción de las islas principales -Miyako, Shikoku y Kiushu- y de las sesenta y siete provincias que entonces formaban Japón. Exponían que todos hablaban la misma lengua y que reconocían al Kampaku Jashiba Chikusen no Kami -es decir Jideyoshi- como "Rey en Miyako", con excepción del rey de Satsuma que se había rebelado y contra quien el Kampaku estaba en guerra. Agregaban que el "Kampaku-dono" había dominado durante seis años solamente el distrito de la capital, pero que en los últimos tres años había llegado a ser el señor de todo el Japón.

Dioses y costumbres

El relato que utiliza Lothar Kanuth fue recuperado por Johannes Laures en 1941 (2). 

Aquellos japoneses en Manila señalaban que como dioses tenían a Amida y Shaka, cuya fe había venido de Siam y Cambodia y que antes de ellos, reconocían al "Kami" como su dios. Además de alguna información sobre sus costumbre funerarias, hablaban de sus órdenes religiosas. Éstas tenían su "gran monje", el "gren rey" de la capital. La justicia civil colaboraba con los monjes sobre el equipo litúrgico de sus templos. La entrevista trataba problemas seculares, tales como la forma de pagar tributo, que se daba directamente al señor local, quien enviaba una parte de éste al "rey de la capital". Informaban sobre las costumbres matrimoniales y actitudes hacia la esclavitud y había declaraciones sobre comida y bebida -arroz y vino de arroz- las que conducían a los problemas de siembra y consecha.

Otras secciones trataban el sistema judicial y los estudios médicos. Incluían información acerca del calendario, días de fiesta, manera de medir el tiempo, así como la navegación marítima y el sistema monetario. Al contestar las preguntas sobre sus industrias y otras ocupaciones, señala Lothar Knauth, aclararon que en el Japón los mercaderes eran muy respetados, lo cual tal vez prueba que los testigos eran todos mercaderes, por lo que sin duda el Japón de Jideyoshi le daba gran valor a las artes comerciales.

Debido a que el obispo Domingo Salazar abrigaba intenciones de promover las misiones de las órdenes mendicantes en el Japón, el interrogatorio sobre las actividades de los jesuítas fue extenso y llevaba el asunto hacia el problema de si los japoneses aceptarían otras órdenes religiosas. La contestación fue no sólo afirmativa, sino que tres de los japoneses firmaron otro documento en el que solicitaban al obispo el envío de frailes descalzos. Y como ellos habían presenciado la llegada de un grupo de dominicos, le pareció "que ninguna religión será más a propósito que la de Santo Domingo".

En su propia declaración, Domingo de Salazar señaló que de ahí en adelante podrían conocerse en España las "verdaderas condiciones del Japón" y que nadie tendría que depender de la tendenciosa información de los jesuítas. Ahora sería necesario romper las restricciones que el Papa y el rey de España habían impuesto a las órdenes mendicantes y enviar franciscanos y dominicos. Porque:
según el dicho intérprete dijo, los dichos japoneses mientras se escriba los arriba dicho, estaban entre si y decían que si en (Miyako) viesen los religiosos de San Francsco, que ahora vinieses a estas islas, lloraran con ello de placer y los recibieran como a ángeles del cielo.
Opina Knauth que de esta forma aparecían iniciativas del lado japonés, para poner a las Filipinas y el Japón en un contacto oficial más cercano. Los jesuítas hubieran querido prevenir esto a toda costa, pero los acontecimientos de Kyushu mostraban que no tenían medios para asegurarse la exclusividad y que la idea de la tutela jesuíta era una quimera. La suposición de que el Japón estaba separado del resto de la cristiandad, que carecía de comunicaciones, había sido desruída con la visita a Jirado. Ahora los de Jirado, al corresponder con otra visita, hacían las relaciones definitivamente bilaterales.
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(1) Lothar Knauth, Confrontación Transpacífica, El Japón y el nuevo mundo hipánico, 1542-1639, México, UNAM, 1972. Cap. IV. España y Jideyoshi: dos conceptos de paz y amistad, pp. 121-124.

(2) J. Laures. An Ancient Document on the Early Intercourse between Japan and the Philippines Islands (Tokio, 1941), citado por Lothar Knauth, Ibidem.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Más sobre El Realejo.

Citaremos in extenso los comentarios  de O.K. Spate sobre la construcción de barcos en el litoral americano del Pacífico en el siglo XVI (1). 


"Aunque la madera apta para la construcción de barco podía conseguirse en diferentes sitios, los puertos Nueva España no estaban tan bien provistos de materias primas locales como los que se hallaban más allá de Tehuantepec: Nicaragua tenía resina y excelentes fibras para velas y cordajes, mientras Nueva España a menudo se veía obligada a recurrir a aparejos de sgunda mano procedentes de Europa. A mitad de siglo, Tehuantepec decayó y Guatulco (sic) fue empleada principalmente para reparaciones, pero los astilleros de La Posesión, el magnífico puerto de Realejo en Nicaragua, eran capaces de cosas más grandes, incluido el Santa Ana de 700 toneladas y capturado por Cavendish cerca de Baja California en 1587". 
Martha de Jarmy Chapa confirma esta apreciación (2): 


"Los accesorios metálicos para los barcos de la costa de Pacífico en general vinieron de Europa, por lo que eran muy costosos. Los cabos y las velas para los navíos de las costas de Nueva España llegaban del Atlántico. Casi siempre eran viejos, y en mal estado, desechos de la navegación atántica en Veracruz; los contemporáneos estaban de acuerdo en que daban un pésimo servicio. Los buques equipados en Centro y Sudamérica tenían la ventaja de usar cables y velas manufacturados cerca de Realejo, en la isla de Puna y en varios otros puntos, con fibras de producción local como lapita y la cabuya, ambas de excelente calidad".


Los barcos


"Las naves construídas en los astilleros del Pacífico, señala Martha de Jaramy Chapa, no diferían de las usadas en el Atlántico. Para mediados del siglo XVI, parece que el tipo carabela, que tan buen servicio dió a los primeros navegantes españoles y portugueses pasó de moda, aunque en su forma modificada existió el carabelón, mencionado en una licencia de 1550, que navegó desde el puerto de la Navidad en la Nueva España. Probablemente se construyó para explorar, pero a falta de oportunidades atractivas se usó en viajes comerciales al Perú. Algunas de las licencias y relatos de navegación llaman a los barcos naos, pero a mediados del siglo XVI la nomenclatura era muy elástica para permitirnos un juicio exacto del significado de esta palabra. Puede ser que se aplicara, en general, a los barcos más pequeños. Varias licencias nombran a los barcos navíos y parece probable que se referían a los galeones, naves bien construídas, de tres mástiles y con los costados altos,especialmente seguras y marineras. El Santa Cruz y el San Pedro de las empresas del marquesado (de Hernán Cortés) eran de este tipo. En lo relativo al equipo, mecanismo de gobierno y demás, eran similares a los buques que navegaban en el Atlántico".


Por su parte O.K. Spate señala que "(...) la norma, incluso en la década de 1580, eran los barcos de entre 12 y 15 toneladas para cabotaje y entre 60 y 120 para el comercio intercolonial". Así lo confirma Martha de Jaramy:


 "las naves construídas en el Pacífico eran menores a las del Atlántico y las pruebas de que disponemos confirman esto. Una lista de barcos anclados en el Callao, elaborada en el verano (austral)  de 1589, demuestra que los de propiedad privada destinados al comercio particularmente desplazaban entre 35 y 180 toneladas. Los tres galeones reales que estaban en el puerto iban de 200 a 365 toneladas, pero eran naves del Tesoro no utilizados en viajes comerciales. Don naves que en el momento en que se hizo la lista se encontraban en el Callao y se dedicaban al comercio con Nueva España eran de 135 y 90 toneladas. Los relatos referentes a los navíos capturados por Sir Francis Drake durante su memorable correría a lo largo de la costa americana del Pacífico en 1578-9 estaban bastante de acuerdo con la cuenta que en 1589 se hizo en el Callao. Drake capturó varias lanchas de 12 a 15 toneladas que se usaban para la navegación de cabotaje a distancias cortas, pero el resto de las naves tenían entre 60 y 120 toneladas".


Usos y problemas del transporte


Pero el puerto nicaragüense era muy activo: descubierto alrededor de 1520 por Pedro Arias Dávila, Pedrarias y Andrés Niño, diez años después albergaba entre quince y veinte carabelas para el tráfico de esclavos. Ese comercio había sido organizado por Pedro Arias Dávila, Pedrarias, el infame Gobernador del Darién, y fue estimulado por la dificultad de trasladar a los esclavos indios al continente. 


O.K. Spate informa que "gran parte del equipamiento básico para la pesca, en especial los aparejos de metal, todavía tenían que cruzar el Atlántico y luego la altiplanicie mexicana, aunque Cortés había iniciado la explotación de abundantes minas de cobre, más escasas de estaño y hierro, en México central y el aprovechamiento del sulfuro de los volcanes para la fabricación de pólvora. La construcción española en las costas del este de Pacífico no llegó a alcanzar los altos niveles de calidad de los astilleros de Manila, que unía a una tecnología equiparable a la europea la tradicional habilidad de los artesanos chinos en la construcción de barcos; en palabras de Borah, la mayor parte de los barcos americanos eran pobres, sucios y extravagantes, y hay abundante evidencia de eso incluso en el siglo dieciocho".
"Además, la navegación en aguas americanas estaba siempre amenazada por la broma, la preocupante carcoma de los barcos que podía transformar las maderas en panales o esponjas, y aunque se aplicaron revestimientos de plomo en los barcos con los que Pedrarias navegó a Darién en 1514 –un uso muy temprano– era un procedimiento demasiado caro, poco fiable, y excesivamente engorroso para su empleo generalizado.
"Más tarde se descubrieron maderas resistentes a la carcoma, que contribuyeron en gran medida al ascenso de Guayaquil como el gran astillero de la América del mar del Sur; pero, por descontado, esas maderas no podían conseguirse siempre ni en todas partes. Las tripulaciones también constituían un problema; podía haber un núcleo de verdaderos marinos, pero estos en su mayoría eran sacados de los albañales de una sociedad muy mezclada.

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(1) O.K Spate. The Spanish Lake. Australian National University, Canberra, 2004, Pp. 64-65.

(2) Martha de Jarmy Chapa, Ibidem, Pp. 233-235.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Realejo

Un amable lector pregunta acerca de la construcción de barcos en el puerto de El Realejo, en Nicaragua, destinados a la ruta del Pacífico.


Cabe destacar que la información es dispersa y las deducciones sobrepasan a los datos verificables. El lugar fue utilizado desde la etapa de la conquista y luego por corto tiempo durante el asentamiento del poder español en Centroamérica, ya que fue reemplazado por el puerto de Corinto, en las inmediaciones. La importancia histórica de estos puertos reside en que formaban parte de una amplísima visión estratégica de la corona española, en el proceso de expansión hacia el sur de América, sobre todo la comunicación entre los reinos de la Nueva España y Perú, así como el anhelado camino entre el Atlántico y el Pacífico.

"Más que puerto, esos parajes (Omoa, Trujillo, Golfo, Sonsonate, Realejo, Matina, Calderas, etc.) eran sitios de desembarque y tránsito de mercancías hacia el interior del Reyno" de Guatemala, refiere Gustavo Palma Murga (1). "Eran lugares mortíferos, insalubres, y sin ninguna población estable que justificara el establecimiento de oficinas encargadas de realizar operaciones aduanales, menos aún las comerciales".

Sin embargo, el registro de su existencia es de gran valía porque muestra algunos de los intentos más atrevidos del proceso de expansión española en la región. El Realejo ofreció por un tiempo la ventaja de la madera de buena calidad, no disponible en los puertos de México o Perú. De ahí que se construyeran en aquel paraje los primeros astilleros. Martha de Jaramy Chapa, señala la funcionalidad de El Realejo (2):

Astilleros

"Hacia mediados del siglo (XVI) los (astilleros) de la Bahía de Guayaquil fueron los más importantes, siguiéndole en importancia los de Realejo, mientras que la Nueva España, a pesar del brillante principio de su industria naval entre 1530 y 50, perdió casi toda la prominencia en ese campo. El astillero de la familia Cortés en Tehuantepec decayó. De cuando en cuando se construyó un barco en Huatulco, pero en general sólo se repararon y no se estableció un astillero permanente. El astillero real estuvo en la Navidad (Michoacán), dirigido especialmente hacia el comercio con el lejano oriente, y allí se construyeron las naves de la expedición de Legazpi. A la muerte de D. Luis de Velasco I fue cerrado pero más tarde se construyeron allí varios de los galeones de Manila; no obstante fue un astillero pequeño"

Con relación a El Realejo, la misma autora señala que "por lo menos dos de los mayores navíos que hacían el viaje a Filipinas, el San Martín y el Santa Ana, buque de 700 toneladas del que Cavendish se apoderó en 1587, se construyeron en Realejo, Nicaragua. La mayor parte de las de las naves que participaron en el tráfico entre México y Perú eran de construcción y quizás hasta de propiedad centroamericana o peruana"

Seguiremos sobre el tema.
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(1) Gustavo Palma Murga, Economía y sociedad en Centroamérica (1680-1750), en Historia General de Centroamérica, Vol. II, El régimen colonial (1524-1750). Edición a cargo de Julio César Pinto Soria. Ed. Siruela, Madrid, 1993.

(2) Martha de Jaramy Chapa. La expansión española hacia América y el Océano Pacífico. Tomo II La mar del sur y el impulso hacia el Oriente. Fontamara, México 1988, pp. 233.



sábado, 4 de diciembre de 2010

Sermones y florecillas


San Felipe de Jesús se convirtió en una imagen dominante en el pensamiento criollo, alabado en sermones y florecillas (versos populares) en la Nueva España.

Santo criollo

Ciao Massimo !

En suma, el caso de San Felipe de Jesús es una metáfora nacional de tipo religioso que cumplió un cometido importante en el afianzamiento del pensamiento criollo de la Nueva España. En el futuro habría que escarbar en los archivos de la curia mexicana para descubrir los esfuerzos que se realizaron específicamente para enaltecer a este primer santo mexicano.

El incidente de Nagasaki mostró una profunda división que existía entre los misioneros católicos en Asia, separados por su dependencia del poder español y portugués. Esa división contenía también una percepción distinta sobre los métodos misioneros que debían aplicarse en Asia: los jesuítas procuraban una adaptación de los ritos católicos para penetrar las culturas del Este lejano. Las demás congregaciones repetían en gran medida la experiencia ensayada en América y Filipinas. La muerte de Felipe de las Casas fue de algún modo “cobrada” por las órdenes misioneras con su canonización y abanderamiento de la causa criolla novohispana, muy útil en su momento.

Una apreciación adicional es que el conflicto religioso en Asia demuestra también el agotamiento material y militar del imperio español, que llegaba a sus límites en aquel continente, y que fue incapaz de continuar con su empresa de conquista, quizás para fortuna de la diversidad cultural del mundo contemporáneo.

Por lo pronto, su figura se muestra como un ejemplo de la influencia asiática en México y su conexión con los debates religiosos que gobernaron al mundo católico, incluso en lejanas tierras asiáticas. Continuaré posteando diversos datos y eventos de ese choque cultural iniciado en el siglo XVI, con otros ejemplos de tal influencia del Oriente en la Nueva España.

En el terreno artístico deben mencionarse los murales de la catedral de Cuernavaca, que muestran el martirio de los frailes en Nagasaki, así como la insólita importación de marfiles asiáticos, varios de ellos procedentes de Japón, con la efigie de San Felipe de Jesús. Estos ejemplos son de una riqueza inapreciable.



Los murales de Cuernavaca muestran la primera etapa en que se mencionaba a todos los mártires del Japón, y fue tan sólo al final del siglo XVII cuando se singulariza a Felipe de Jesús como El Santo Mexicano, dejando a un lado de los otros crucificados. Ello ejemplifica el impecable manejo iconográfico de la causa criolla.



Un acontecimiento que sucedió a finales del siglo XVI, narrado insistentemente en el XVII y XVIII. Las expresiones de fervor religioso novohispano durante dos siglos fueron catalogados cuidadosamente por Reiko Kawata (1).


1640 Un santo de mi patria (Miguel Sánchez)

1652 Patrón de nuestras Españas (Jacinto de la Serna)
Patrón de Nuestro México
Brío español y aliento mexicano

1681     Santo Criollo (Juan de Avila)

1682      Felipe es clavel, flor y fruto mexicano (Baltasar de Medina)

1683     Criollo de México, honra de la América (Joseph de Torres Pezellín)

1684     El nacional y patrio amor (Antonio Vidal de Figueroa)

1685 Nuestro Americano Cielo San Felipe de Jesús (Antonio Joseph
Pérez)

1768     Hijo de México (Joseph Angel de Cuevas Aguirrre y Abendaño)
Mexicano de San Felipe.

1782    El Mexicano San Felipe de Jesús (Joseph Francisco Valdés)
1802     Su mexicana sangre (Breve....Anónim
             
           Habría que agregar solamente el elogio nacionalista y romántico que Ramón López Velarde hace en la Suave Patria: “Te dará, frente al hambre y el obús, un higo San Felipe de Jesús”, como la figura milagrosa que se opone al siglo de conflictos que atravesó México en su primera etapa independiente. Coincidencia quizás pero Felipe de Jesús fue sustituído a partir del año 1857 en el calendario cívico del México Juarista, cada cinco de febrero por el día de la Constitución. No es cuestión de colgarle más milagritos al santo, pero a lo largo de todos esos siglos se adherezaron muchos beneficios políticos de tener un santo nuestro.


[i] Ibidem., pp.170.

domingo, 21 de noviembre de 2010

La intervención de Roma

A todo lo largo del siglo XVII, los conflictos entre las congregaciones religiosas católicas con relación a las opciones de evangelización en Asia repercutieron en el propio Vaticano, epicentro del control político de dicha expansión. El tema es tan extenso y complejo que daría pie a a una saga como la del Código DaVinci, de Dan Brown. Por lo pronto, me interesa hacer un recuento de tal polémica desde la perspectiva romana.


Gregorio XIII (Papa de 1572 a 1582) fue un apasionado de la expansión religiosa en Asia. Conocido antes de ser Papa como Gregorio Boncompagni, fue elegido a los 70 años, y estaba interesado en las nuevas dimensiones físicas y temporales del mundo. Propuso el cambio de calendario, que una vez instituído se llamaría Gregoriano. Fue el primero en tomar partido en este conflicto con su breve Ex Pastoralis a favor de los jesuítas (1).


Su seguidor, Felice Peretti (Papa de 1585 a 1590) fue un franciscano que ascendió al trono de Roma a los 64 años el 24 de abril de 1585 como Sixto V. Podría ser calificado como el creador del nuevo y moderno Papado. En una primera etapa promovió la restauración eclesiástica y la administración interior, pero después mostró una propensión extraordinaria a planes fantásticos junto a un sistema local de gobierno (justicia e impuestos) que le acarreó muchos enemigos. De caracter cambiante (en momentos decisivos se muestra indeciso y vacilante) soñaba con la conquista cristiana de Asia. Su propósito era claro: convertir a Roma en una Metrópoli de la Cristianidad, y no en la mera residencia del Papa, que era por cierto el Castillo de San Angel. Convertir los monumentos antiguos en testimonios de la derrota de la paganía por la religión católica; acumular dinero (aunque sea prestado) para constituir un tesoro en el que había de apoyarse el poder temporal del Estado Pontifício. El 15 de noviembre de 1586 revirtió la breve de su antecesor y emitió Dum ad Uberes facultando a los franciscanos a fundar iglesias y conventos en todos los reinos de las Indias, incluyendo China.

Pero el ritmo de la vida en Roma era como una especie de lotería, donde a la elección de un Papa seguía su funeral, otro cónclave y, casi siempre, el cambio de bandos. Urbano VII gobernó una semana, septiembre de 1590, Gregorio XIV diez meses y diez días, 1590 - 1591, Inocente IX en octubre y noviembre de 1591. Los embajadores-cardenales de España y Portugal defendían sus intereses y procuraban apadrinar a las diversas órdenes religosas en el otro lado del mundo. Fueron años de turbulencia y espera.

Para los optimistas, Roma era también la capital de las oportunidades pues la escala móvil siempre se abría a nuevos cardenales, casi todos ancianos y algunos de origen humilde. No obstante, el 30 de enero de 1592 Ippolito Aldo Brandini, protegido del cardenal Farnese ascendió al trono de San Pedro con el nombre de Clemente VIII. Era un hombre rico, prudente y relativamente joven, pues a los 56 años habría de conducir a la iglesia romana por 13 años. Se le pidió gracia para sus enemigos y que todo fuera perdonado. En señal de sus intenciones se llamaría Clemente.

Las promesas de evangelización en Asia llegaban a Roma en cartas desde Macao y Manila. Casi siempre eran positivas, pero desde 1597 se tornaban amargas y más desesperadas por la persecución religiosa en Japón. La voluminosa correspondencia desde Asia describió los grandes cambios que se estaban produciendo con la unión forzada de los shogunes bajo el mando de un nuevo comandante supremo. Los padres en Japón enviaban mensajes contradictorios acerca de la persecución religiosa, mezclados con las buenas nuevas de su acercamiento a China y Japón.

En el año 1600 Clemente VIII emitió Onerosa Pastoralis Officio en que permitía a todos los institutos religiosos evangelizar China y Japón pero sólo entrando por la vía de Portugal, lo que impuso una barrera a los frailes manilenses. El obispo de Japón, Cerqueira, publicó el edicto papal hasta el año 1604, ordenando que salieran las órdenes mendicantes. Franciscanos, Agustinos y Dominico estaban a la espera de los consabidos cambios de Roma, como de hecho sucede en 1608, cuando el nuevo Papa Paulo V autorizó (Sedis Apostolicae Providentia) el ingreso de misioneros por cualquiera de las rutas. El decreto fue ratificado por Urbano VIII en 1633 en Ex debito pastoralis Officii.

Las razones de estas decisiones papales, aparte del cabildeo de los misioneros en Roma, se debió también a la agudización del conflicto entre Francia y España que hacía más difícil el tránsito a partir de Lisboa y el viaje por la vía de Portugal se tornó más peligroso con la creciente presencia holandesa en India. En Goa, la Inquisición portuguesa maltrataba a los que no fueran lusitanos (2).


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[1] Ranke Von Leopold, Historia de los Papas, Mexico FCE 1974.
[2] Dunn, p. 235

sábado, 13 de noviembre de 2010

Comerciantes / Misioneros

Sobre las disputas entre las diversas congregaciones religiosas que se movilizaban en Asia en el siglo XVI y XVII es fundamental la incursión jesuita encabezada por los padres Matteo Ricci y Michele Ruggieri, alentados por una perspectiva de muy largo alcance, producto del pensamiento antireformista de la Compañía de Jesús. Su campaña tenía como propósito la expansión religiosa, pero sin perder de vista lo que ahora llamaríamos "sustentabilidad" económica. Es decir, una asociación simbiótica con el proceso comercial colonial de los portugueses en la India y en Macao, en el sur de China.

A pesar del apoyo brindado por la corona española y portuguesa a la misión jesuita en Asia, los costos eran demasiados elevados. Boxer calcula sobre la base de los informes anuales del visitador Valigniano que el ingreso de tales donaciones no ascendía a más de 7,700 ducados cuando los gastos de la misión eran de entre 10,000 y 12,000 cruzados. En tales circunstancias, era evidente la necesidad de obtener nuevos ingresos y tal como Valigniano propuso (aunque con cierta reticencia del Rey Felipe y del Papa) era necesario solicitar la ayuda del Dios del Dinero. Los jesuítas rápidamente asumieron la personalidad comercial, incluso a gran escala. “Las prácticas comerciales iniciaron muy temprano, quizás desde 1567, pues el general de la Compañía de Jesús, Francis Borgia, escribió al provincial de Goa, en la India, que abiertamente estaba en contra de los métodos utilizados por los misioneros en Japón para financiar sus operaciones, y que esperaba ansiosamente que ellos encontrasen otra fuente de ingresos, más edificante y segura”[1].

Ciertamente encontraron una fuente más segura, pues en 1578 el padre visitador Alessandro Valigniano concluyó el contrato con la comunidad mercantil de Macao para una participación formal de los jesuítas en Japón en el comercio Macao-Nagasaki, de la siguiente forma: la carga máxima anual de hilo de seda de Macao a Japón era de 1,600 picul[2]. Este cargamento se lograba con la participación de comerciantes que contribuían con parcelas de acuerdo a sus propios medios y sobre la base de una tasación previamente acordada. Del total de los 1,600 piculs, los jesuítas contribuían con 100 piculs, y de este comercio llegaban a obtener hasta 4 000 ó 6 000 ducados al año. El acuerdo fue aprobado por el Papa Gregorio XIII, ratificado en 1582 por el virrey de la India y en 1589 por el senado de Macao. Ello sumado a las donaciones que llegaban vía Malaca, India y Europa, sumaba los 12,000 ducados de sus gastos anuales. Valigniano alguna vez comparó este comercio con el milagro de la reproducción de los peces y los panes, aunque ciertamente fue su habilidad comercial lo que hizo posible tal milagro, que en palabras de los jesuítas equivalía a sentar bases propias para la empresa evangelizadora en el continente asiático. La epopeya de Ruggieri y Ricci es haber obtenido lo que ningún otro misionero había logrado: entrar al seno del Imperio Chino, “alcanzar la luna” decían ellos mismos.

Para ello se demoraron doce años desde que establecieron en 1583 una misión permanente en Chao-Ching y cinco años más tarde, cuando Ruggiere regresó a Europa, en 1588, para abogar por la acción jesuíta en el Lejano Oriente, Ricci tomó en sus hombros la misión, soñando todavía con alcanzar algún día Pekin y ver al emperador. Su sueño se hizo realidad en 1601 al entrar a la Ciudad Prohibida en la capital china, donde estuvo hasta su muerte en 1611. Ruggiere por cierto nunca regresó a Asia y murió en Roma en 1607. Junto con China, Japón era apreciado por los jesuítas debido al refinamiento de la cultura nipona, aunque se consideraba un país poco desarrollado en términos económicos.

Durante los años de espera Ricci puso en práctica el nuevo enfoque evangelizador: hacer que el catolicismo, su filosofía y su práctica, fuera asimilable y, más aún, apetecible para la mentalidad y la forma de vida chinas. Sobre el principio de que el reclutamiento religioso debía hacerse en el vértice de la sociedad, estos misioneros aprendieron el idioma chino y copiaron costumbres como el vestido de los monjes, la barba proverbial de los filósofos confusianos y se rodearon de lujos y de sirvientes. El plato fuerte, al estilo de los mandarines[3] y escolares de la corte fue entrar al debate cortesano sobre filosofía y artes, introduciendo piano piano los conceptos cristianos. Alimentando la curiosidad de las personas importantes llevaron a China libros, mapas, pinturas, instrumentos musicales y relojes[4].

La contraparte de la empresa jesuíta en Asia era de tipo filosófico y religioso, por ejemplo, ¿cómo presentar el cristianismo a los asiáticos?. ¿De qué forma las tradiciones y prácticas chinas confusianas podrían ser asimiladas dentro del ritual católico?. Se alegaba por ejemplo que las prácticas chinas de respeto a los ancestros eran simplemente folclóricas y cívicas, como en efecto pueden ser entendidas hoy en día, y no de naturaleza religiosa. ¿Qué tan lejos debían llegar los misioneros en la mezcla de rituales nacionales, chinos y japoneses, con la litúrgia católica?. Esa misma táctica fue utilizada con extremo cuidado por las primeras incursiones jesuitas en Japón, si bien se distinguían las diferencias entre la filosofía Confucio, en China, y la religión Budista, mayoritaria en Japón. Para los jesuítas la evangelización debía ser un proceso paulatino y sutil a fin de no ofender la sensibilidad de los asiáticos [5]. Más allá del viejo dilema del fin y los medios, el asunto se refería a la enorme sorpresa, una fascinación, que provocó en los medios intelectuales europeos y americanos el encuentro con las culturas asiáticas; un cierto presagio sobre lo que en siglos posteriores se convertiría en la fascinación por las chinerías y lo exótico que proviene de ese continente. En términos actuales es un fenómeno parecido al de la globalización, al achicamiento del planeta, o como señaló Fernand Braudel a
la amplitud del mundo

que ahora conocemos, cuando el orbe nos parece más estrecho; éste era en cambio para los hombres del siglo XVI un problema monumental con el que tenían que lidiar. Por ejemplo, el espacio físico del Mediterráneo en aquella época era de por si inabarcable, y sin embargo esos mismos hombres se lanzaban a la conquista de Asia. Los viajes duraban meses y en múltiples ocasiones años, si no acababan en un naufragio o devastados por enfermedades desconocidas y aterradoras como el escorbuto. Las cartas que en Europa tardaban semanas, para llegar a Lejano Oriente duraban de uno a dos años. A pesar de ello, o quizás por la misma razón las cartas constituyen largos ensayos antropológicos y culturales que amontonan la enorme correspondencia entre el Superior de la Compañía de Jesús y Europa.

Comprender la importancia de las distancias es percibir desde un nuevo ángulo los problemas que planteaba la gobernación de los imperios en el siglo XVI”, nos dice Braudel. Tanto el imperio de Felipe II, donde el sol nunca se ocultaba, como el Papado estaba obligado a responder a los requerimientos del primer sistema económico y político que se extendía por todo el mundo conocido. Para tomar decisiones en Madrid se requería recabar opiniones en Europa, América y Asia. Braudel reflexiona: “Esta es una de las razones por las que el pulso de España late a un ritmo más lento que el de otros países[6].


[1] Boxer, Ibidem, pp. 91-98
[2] Picul es una medida de peso, que varía de 60 a 63.3 kilogramos en la mayor parte del sudeste de Asia, pero que el siglo XIX fue calculada en 69 kilogramos.
[3] Mandarín es una palabra de origen portugués para designar a la refinada burocracia china, o jefes mandatarios. Como tal no existe en el idioma chino.
[4] Los chinos estaban fascinados con la capacidad de memoria de Matteo Ricci, quien podía retener en una sola lectura hasta 400 nuevos caracteres diferentes, todos sin una conexión logica entre ellos, y repetirlos hacia adelante y hacia atrás. Para halagar a sus admiradores chinos escribió un breve texto sobre nemotecnia denominado His-Kuo Chi-fa (Técnicas Occidentales de la Memoria). Volveremos sobre este asunto.
[5] Villarroel, Ibidem
[6] Ferdinand Braudel. El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en el época de Felipe II, segunda parte. Destinos colectivos y movimientos de conjunto. Capítulo I. Las economías: la medida del siglo pp. 473-497. F.C.E. México

sábado, 6 de noviembre de 2010

Críticas jesuítas

Más sobre los ritos chinos.

¿Qué tan correcta era la crítica jesuita hacia los padres? De hecho desde 1575 los agustinos habían tenido también presencia en China, aunque con escasos resultados. El mejor producto de una visita de Martín de Rada en aquella época fue un memorial que describe la mítica Cathay de Marco Polo. Los relatos de Rada forman la base de la obra de otro agustino, Juan González Mendoza, nombrado en 1580 embajador de Felipe II ante el emperador chino, posición que nunca logró desempeñar. En 1585 González de Mendoza publicó la Historia del gran Reino de China que a principios del siglo XVIII se había traducido a varios idiomas europeos y divulgado ampliamente.

No puede ocultarse que los misioneros no jesuitas también hicieron un esfuerzo notable en entender la mentalidad china, a despecho de la acusación jesuíta de que era simples “frailes idiotas”, y ello se demuestra en las obras lingüísticas como la del padre Juan Cobo en 1593, Pieng Cheng-Cha Chen-Shua Shih-Lu, destinadas a catequizar a los chinos residentes en Manila[1]. El campo de prácticas de los misioneros filipinas eran los barrios manilenses en que comerciantes asiáticos vivían por largas temporadas en las islas. Uno de los grandes logros fue la fundación de la Universidad de Santo Tomás como obra de los dominicos.


[1] Ya hemos mencionado en este blog (abril de 2009) la obra de J. Cobo. Apología de la Verdadera Religión, edición facsimilar a cargo de F. Villarroel, Universidad de Santo Tomás, Manila 1986.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Espejo invertido


Hay una buena cantidad de literatura acerca del encuentro entre europeos y asiáticos en la primera etapa de globalización, del siglo XV al XVII. Las descripciones de viajeros, misioneros y comerciantes en India, China, Japón son amplias y constituyen una suerte de antropología avant la lettre de culturas desconocidas para Occidente. Esos recuentos europeos, empezando por El Millón de Marco Polo, conocido así por la cantidad de mentiras que contenía según sus contemporáneos, resumen también la visión limitada de los occidentales que llegaban a sociedades extremadamente complejas, en varios casos más refinadas que las europeas.

Del lado asiático también existen testimonios acerca de aquellos primeros europeos que se asomaban en las vastedades de Asia. La misma curiosidad por los otros y la misma intención de clasificarlos conforme a sus valores y normas de conducta arrojan interesantes recuentos que son menos conocidos en el mundo occidental. Sobre este aspecto el Centro Científico y Cultural de Macao publicó en 2007 un libro bilingüe titulado O Espelho Invertido, Imagens asiáticas dos europeus 1500-1800, a cargo de Jorge Flores, investigador del Centro.



A partir del desembarco de Vasco da Gama en Calicut, en mayo de 1498, miles de asiáticos, desde India hasta Japón observaron a aquellos atrevidos marineros. Algunas de esas observaciones sobre los faranji (término árabe que se extendió por toda Asia para designar a los europeos) quedaron escritas, con particular énfasis en su apariencia física, la vestimenta, los productos exóticos y los barcos que los transportaban.

La vocación religiosa de aquellos extranjeros era conocida en Medio Oriente e India, escenario del enfrentamiento entre el Islam y el Cristianismo, pero a esta característica determinante, unas veces tolerada y otras combatida, se agregaba la idea de que eran seres malignos, con rasgos similares a demonios, sobre todo por sus prominentes narices (ta pi ze, o narizón, se dice aún hoy con sorna a los extranjeros en China)


Un misionero jesuita en Japón, el padre Organtino, según un panfleto anticristiano.


Piratas, peces, hombres de sombrero....

Otra poderosa imagen de los europeos era su origen marino, con extrema movilidad. En los anales de la dinastía Choson de Corea, en el siglo XVI, se describe a los portugueses como "demonios del mar" (Haegui) "barbados, de cabello rizado, que pasan sus días en el fondo del mar alimentándose de pescado". La opinión de los chinos era parecida. Cristovao Vieira, sobreviviente de la misión de Tomé Pires, escribió en 1534 desde Cantón que los chinos lo comparaban con un pez "que muere en cuanto es sacado del agua o del mar". Casi un siglo y medio después, el gobernador de Cantón señalaba en 1666 que los portugueses "no tenían tierra, e incluso si la tuvieran no sabrían cómo cultivarla".




.... bien vestidos, pero no límpios.

Dos elementos de la vestimenta de los europeos llamó siempre la atención de los asiáticos: el sombrero y los pantalones abombados. Las imágenes que se recogen desde sus primeras apariciones en India, en el sur de China o en Japón muestra esa característica. No es dificil imaginar el aroma que sus cuerpos despedía, sobre todo en las zonas tórridas a las que llegaban. Su comportamiento también es notorio: beben alcohol en abundancia y carecen de modales al comer. Llevan esclavos negros. Son hombres de armas, dispuestos a hacer negocios con quien se prestara al intercambio.


Por supuesto, estas opiniones fueron cambiando con el paso del tiempo y dejaron de ser generalizaciones para convertirse en políticas claras hacia los extranjeros. Chinos y japoneses comenzaron pronto a diferenciar entre los europeos comerciantes y los misioneros; entre bárbaros y letrados; entre holandeses, portugueses y españoles. Una historia muy larga de contar.
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O Espelho Invertido, Imagens asiáticas dos europeus 1500-1800. Centro Científico e Cultural de Macau, I.P. Mnisterio de Ciencia, Tecnologia e Insino Superior.

domingo, 24 de octubre de 2010

La controversia de los ritos

Los dominicos acusaron en 1638  formalmente a los jesuítas de no acatar, o incluso violentar, la liturgia católica en Fujián. Llegaba de esta manera a las altas esferas romanas el conflicto sobre los denominados ritos chinos


Las acusaciones: permitían que los recién convertidos no asistieran a misa en domingo; no administraban los santos óleos a mujeres en estado de muerte; aceptaban el ejercicio de la usura por parte de los recién convertidos. Acusaron a los jesuítas de aceptar idolatrías y supersticiones, estableciendo una larga lista de acusaciones de que se permitía la adoración de dioses falsos y paganerías. Los misioneros se quejaban de que en Japón no había cruces en los templos jesuítas. 


La respuesta: los jesuítas a su vez aconsejaban a los frailes ser más cuidadosos con mostrar sus crucifijos, medallas, rosarios y agua bendita, acusándolos de vulgarizar la religión cuando regalaban bajo el menor pretexto lazos de San francisco y perlas de Santa Jerónima [i].

La Virgen María en Beijing


El Papa Urbano VIII ordenó en 1634 estudiar el caso a una comisión. El asunto se dilagó en la cauta burocracia romana por décadas, con bizarras decisiones intermedias en que se permitía o se abolía el permiso de emplear métodos chinos para evangelizar en China. En el siglo XVIII los ritos fueron radicalmente prohibidos pero de hecho fue hasta 1939 cuando en Roma se dió el caso por cerrado.

La parte glamorosa de aquella época suele ser contada por múltiples historiadores religiosos que enaltecen la obra de los misioneros, principalmente los de la Compañía de Jesús, en China y Japón [ii]. Bajo el padroado portugués, los jesuítas en efecto realizaron una impresionante tarea evangelizadora tanto en China como en Japón, llena de misticismo y hasta de la magia necesaria para atraer la atención de los historiadores. Ciertamente el esfuerzo realizado por gigantes, como llama Dunn a los primeros misioneros como Matteo Ricci, Alessandro Valigniano y Luis Frois, es digno de ser conocido más ampliamente. Todos ellos siguieron el camino inaugurado a mediados del siglo XVI por Francisco Javier, de proporciones legendarias. Siendo uno de los fundadores de la Sociedad de Jesús en 1540, dos años más tarde ya estaba en camino al puerto portugués de Goa, en la India. Luego en 1545 en Malaca, en la península Malasia; las Molucas (1546), Japón (1549). A partir de 1552, poco antes de morir, planeaba la empresa mayor de su viaje: cristianizar China [iii].

No obstante, la estrategia jesuíta de evangelización en Asia comenzó propiamente en 1578 con la llegada a Macao del Visitador General de la Sociedad de Jesús en el Lejano Oriente, Alessandro Valigniano. Como representante de la disciplina beligerante jesuíta, el italiano debió considerar todos los ángulos necesarios para la evangelización en China y el método más adecuado para adaptar el ritual católico; hacerlo menos europeo y más chino, sin perder su escencia. Para ello escogió a dos misioneros extraordinariamente preparados, Ruggiere y Ricci, ambos italianos con dotes particulares en el manejo de la nemotécnica, los idiomas, la química, las matemáticas y la cosmología [iv]. Ambos jesuítas, aunque no portugueses, se amparaban en el padroado. Bajo la supervisión de Valignano, y con el propósito de avanzar en su empresa misionera, establecieron mecanismos comerciales audaces ahora conocidos como el comercio jesuita de la seda.
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[i] Boxer, Los frailes acusaban a los jesuítas de que su principal reacción frente a ellos no era de tipo religioso sino comercial, pues procuraba impedir la entrada de los franciscanos al comercio de la seda china en Japón, p. 241.
[ii] Boxer exagera un poco con el título de su libro “El siglo cristiano en Japón”, pero no puede negarse la importancia de la influencia cristiana en los cambios que se operaron en ese país en los siglos posteriores.
[iii] George H. Dunn, S.J. Generation of Giants, History of the Jesuits in China in the last decades of the Ming Dynasty. University of Notre Dame Press. Notre Dame, Indiana, 1962.
[iv] Un interesante trabajo comparativo sobre el esfuerzo filosofico de los jesuitas en China es el de Jacques Garnet. Primeras reacciones chinas al Cristianismo. F.C.E., 1989, México, primera edición en francés, 1982.