Una invitación para conocer la historia del Galeón de Manila, su cultura y su impacto en Filipinas y en América.

sábado, 26 de septiembre de 2009

La media naranja

El aspecto más impresionante de la construcción del imperio portugués en el siglo XVI fue el despliegue de sus fuerzas comerciales y militares en prácticamente todo el planeta, apenas unas cuantas décadas después del viaje de Cristóbal Colón a América en 1492. Sin mencionar las posesiones en África y Brasil, el arco que ocupó la corona portuguesa desde el estrecho de Ormuz hasta la península de Malasia y las islas Molucas representó un esfuerzo extraordinario, quizás el primer gran imperio mundial, basado en la sobreexplotación de su propia población, así como de los recursos naturales y humanos de pueblos enteros en África y Asia.




Al mismo tiempo que pescaban en Terranova, los portugueses en el siglo XVI extraían oro de Guinea, azúcar de Madeira, Sao Tomé y Brasil; comerciaban con pimienta de Malabar e Indonesia; nuez moscada y macis de Banda; clavos de olor de Ternate, Tidore y Amboina; canela de Ceilán; oro, seda y porcelana de China; plata de Japón, caballos de Persia y Arabia, algodón de Cambay (Gujarat) y Coromandel en la India (1).

Como es de suponerse, esa expansión generó el recelo de los demás poderes europeos, en especial España, que sintieron la necesidad de contener a los portugueses, primero disputándoles el control del mercado de especias en el Pacífico sur y posteriormente bajo arreglos diplomáticos propios de la política europea, pero que determinaron el destino de millones de personas en el otro extremo del mundo.

Un primer efecto fue la percepción de que el Tratado de Tordesillas firmado para la repartición del mundo en 1494 era a todas luces insuficiente. Los cálculos sobre los que se basó eran completamente erróneos y por decirlo gráficamente, el globo terráqueo se había expandido enormemente. Por principio, se contaba ya con la certidumbre de la presencia de América, pero también de la extensión inabarcable del océano Pacífico.

Los descubrimientos y avances portugueses en África y Asia en el primer cuarto del siglo XVI rebasaron la visión erudita que se tenía en Europa acerca de las dimensiones reales del mundo y confirmaron simultáneamente que el planeta era redondo; a nivel popular esa percepción se asentó rápidamente en el pensamiento humano en una sola generación, a pesar de la férrea oposición de la iglesia católica.

Si así era ¿en dónde caía el otro lado de la línea dibujada en el mapa sobre el Atlántico?

Lourdes Díaz-Trechuelo evalua la circunstancia que se vivía en aquel momento:
Es evidente que cuando las diplomacias castellana y portuguesa mantuvieron conversaciones para modificar la raya de "polo a polo" trazada por el Papa en la segunda bula Inter Caetera, nadie pensó en las consecuencias que la futura línea pudiera tener en el hemisferio opuesto. Aunque era perfectamente conocida la esfericidad de nuestro planeta, la mayor parte de su superficie estaba sin explorar. En 1494 en Europa no se sabía aún nada del continente americano: Colón había llegada a una islas que pensaba eran de Asia, y nada más (2).

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(1) C.R. Boxer. The portuguese Seaborne Empire. 1415-1825. Carcanet. The Calouste Goulbenkian Foundation, 1991. Londres, pp. 51.

(2) Lourdes Díaz-Trechuelo, Universidad de Córdoba. El Tratado de Tordesillas y su proyección en el Pacífico, Revista Española del Pacífico, No. 4, 1994.

martes, 22 de septiembre de 2009

Ternate

1511-1521. La respuesta de los poderes locales ante la presencia de los europeos fue pragmática: El comercio entre las islas de la especiería y Malaca podría continuar, ahora en manos de portugueses. El intercambio se basaba en la venta de especias y la compra de utensilios de uso común o de lujo, como ropa y herramientas de metal, o seda y oro.

¿Qué diferencia podría haber si los extranjeros de piel clara y un dios martirizado aceptaban seguir con las reglas de comercio?

De esta manera se mantuvo el comercio entre Malaca y el Maluco, primero usando los juncos chinos disponibles y, casi dos años después, en julio de 1513, con el primer envío de un barco portugués comandado por el capitán Antonio de Miranda y Azevedo. El recién llegado no sólo aceptó el intercambio, sino que propuso el establecimiento de una factoría en Ternate y el asentamiento de comerciantes en la isla.

Sin embargo, Azevedo llevaba consigo una misión adicional: encontrar a Francisco Serrao, quien podría ser procesado como desertor. En Malaca se hablaba por aquel entonces de que había una especie de dios blanco adorado por los "salvajes" de la isla. La sorpresa fue saber que el personaje era el propio Serrao, en calidad de encumbrado ministro del Sultán Bolief (o Boleyse, Abu Lais o Abdul Hassan según diversas fuentes) casado con una o dos mujeres locales y gozando de un poder enorme gracias a sus habilidades de soldado. Dan ganas de pensar en Heart of Darkness, la novela de Joseph Conrad o en la versión cinematográfica moderna, ambientada durante la guerra de Vietnam, en la pelicula de Francis Ford Coppola Apocalypse Now, con Marlon Brando.

* * *
Serrao tenían en su haber antecedentes de indisciplina ante sus superiores, pues en abril 1510, durante el sitio de Goa, había sido comisionado por Albuquerque para obtener provisiones desde Cochin. Serrao decidió que su barco requería reparaciones y demoró en llegar en auxilio de su comandante. En castigo fue arrestado por insubordinación. Sin embargo continuó en su carrera.

Pocos años más tarde, nuevas circunstancias le favorecieron pues había adquirido amplia ascendencia sobre el sultán de la isla de Ternate, algo que lo protegió del castigo de sus superiores. De esta manera Serrano sobrevivió algunos años, como un renegado pero intocable personaje de su país y como el hombre que podía controlar el preciado comercio de las especias en la fuente misma. El final de este soldado quedó en manos de sus anfitriones, pues fue envenenado en 1521. Para los portugueses, la muerte del desertor resultó en su propio afianzamiento en la isla.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Islas Molucas


El archipiélago de las especias visto al revés
El norte está a la derecha y el sur a la izquierda

La expansión portuguesa en Asia en el siglo XVI fue el factor detonante para la inserción de esa región en la compleja red mundial de poderes europeos. Debemos detenernos en un espacio pequeño, situado en el extremo oriental del sudeste de Asia, en el límite con el sur del oceano Pacífico o Micronesia. Tres islas son distintivas por la producción de especias: Tidore por la nuez moscada, Ternate, famoso por el clavo de olor y Amboina también por la nuez moscada y el macis.

De hecho, la región era conocida por los europeos desde antes del siglo XV como la fuente mítica de las especias, llevadas al otro lado del mundo por una cadena de comerciantes que incluía entre otros a chinos, índios, árabes y venecianos.

En 1511 llegaron los portugueses, como parte de aquella fulminante expansión portuguesa que habían iniciado dos décadas antes en África e India. En junio de ese mismo año tomaron por la fuerza el centro comercial de Malaca, en la península malaya, y de inmediato Albuquerque envió una misión encabezada por su comandante Antonio de Abreu en busca de las míticas islas de las especias, el famoso Moluco en el archipiélago de la actual Indonesia.

No confundir los dos lugares. El primero era un puerto gobernado por un sultán en tierra firme y el segundo es un conjunto de islas al sur de Filipinas que, por lo intrincado de su localización, los portugueses dieron en llamar el lugar loco o maluco. También era gobernado por un sultán, pero la población era micronesa, no malaya.

La tradición ha mantenido el misterio acerca de la participación de Magallanes en aquella expedición, ya que según el biógrafo español Antonio de Arguensola, el portugués que habría de circunavegar el planeta pocos años depués, en 1519, habría estado en las islas. Lo más probable es que no haya sido así, sino que obtuvo la valiosa información sobre la ruta hacia la especiería y la llevó consigo hasta España, que le financió el viaje para llegar a ellas por la larga ruta del Pacífico (1).

Los otros dos comandantes de la expedición portuguesa fueron Francisco Serrao y Afonso Bisigudo. El primero era sobrino de Magallanes y se quedó a vivir en Ternate donde sirvió como mercenario del sultán Bayan Sirruleh, hasta que murió en condiciones misteriosas en 1521, justo cuando Magallanes era asesinado en Filipinas.

Un hecho conocido es que Francisco Serrao o Serrano escribió a Magallanes cartas que llegaron por la vía portuguesa describiendo la riqueza de las islas, como una especie de El Dorado para cualquier conquistador osado. Aparentemente, Serrao vivió sus últimos años al estilo de un pequeño rey local, una imagen que siguió rondando la imaginación europea en los años posteriores.

Con todo, la presencia portuguesa en la zona concentró de inmediato el recelo de españoles, holandeses e ingleses, que codiciaban el control de la fuente misma de la especiería. Habrían de pasar algunas décadas para poder desplazar a los lusitanos de esa posición privilegiada.

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Charles Corn. The Scents of Eden. Ed. Kodansha America Inc., Nueva York, 1998, pp. 37-55.

martes, 15 de septiembre de 2009

Un mercado oriental 6

Los Parianes México (1670-1843)
El Parián de la Ciudad de México fue siempre un edificio tosco, sin adornos, pero práctico, como una gran caja o chinería, con callejuelas internas en las que se acomodaban las tiendas, los cajones, de los representantes del comercio del Galeón. El comercio de China tenía ahí su feudo de seda, porcelana y perlas.

Situado en el corazón de la ciudad, era un mercado cuadrado que si nos situamos en el centro y giramos como las manecillas del reloj comienza frente a la casa del Cabildo, torna a la calle de San Francisco, le siguen los portales de plateros y concluímos frente a la Catedral. 

Desde el 13 de diciembre de 1527 el Rey Carlos Quinto ordenó por Real Provisión de Burgos devolver al Ayuntamiento seis solares en la Plaza Mayor, para que construyeran casas de consistorio, cárcel, carnicería y tiendas para propios de la ciudad; solares de los que lo había despojado Alonso de Estrada y otras personas, por lo que Su Majestad se los mandaba restituir breve y sumariamente.

Más de un siglo después el Parián, que ya se le conocía con este extraño nombre, se incendió el 16 de noviembre de 1658. Todo comenzó en un cajón de un chino barbero, o como decimos ahora, a la francesa, peluquero, vísperas de San Gregorio Taumaturgo. Todas las congregaciones de la ciudad salieron a rezar para apagar el incendio, pero el gran mercado quedó consumido por el voraz incendio que fue tan vivo, que haciendo una noche tenebrosa alumbraba toda la ciudad.

Don Carlos de Sigüenza y Góngora nos cuenta del Gran Tumulto que arrasó esta vez con la furia del saqueo a la Ciudad y al Parián el 8 de junio de 1692, como resultado del abuso en el cobro de impuestos y el acaparamiento de maíz por parte del gobierno virreinal. Acabaron en esa jornada con 280 cajones del mercado y daños para el Ayuntamiento por la friolera de 15,000 pesos.


El Virrey Gaspar Melchor Baltasar de la Cerda Silva Sandoval y Mendoza, Octavo Conde de Galve y Señor de Salcedón y Torola, se salvó de la turba enfurecida escapando al convento de San Francisco.
Una vez recobrado el aliento (que no su prestigio) y teniendo la ciudad bajo control, el Virrey regresó a su Palacio, que en el portón ostentaba un pasquín:

Este corral se alquila
para gallos de la tierra
y gallinas de Castilla.

El 17 de agosto de 1695 se inició la reconstrucción del Parián y en diciembre de 1669 se habían terminado dos aceras; la que da al Portal de Mercaderes y la que mira hacia la Catedral. En diciembre de 1699 se concluyeron las otras tres: la exterior e interior que caían hacia el Palacio, y la interior paralela al Portal de Mercaderes. Quedó oficialmente concluído el 19 de abril de 1703.

Luís González Obregón escribe que el Parián era recordado por las abuelas a fines del siglo Décimonono con suspiros, como centro del mejor comercio. En él se encontraban siempre todo lo que podía satisfacer sus capichos femeninos de riqueza de lujo y elegancia; lo recordaban también con delectación los jóvenes de entonces, quienes reclinados en el mostrador de las tiendas, galanteaban a las hemosuras de su tiempo, difamaban ajenas honras é intentaban arreglar el mundo al calor de la conversación ó de una disputa, que terminaba casi siempre a las oraciones de la noche.

Cuando los estertores del Galeón daban aviso del fin de tantos años de control imperial, el 15 de septiembre 1808 se produjo la revuelta de los regalistas en favor de Fernando VII, también apodados chaquetaspor su curioso uniforme. En aquella ocasión nuevamente el Parián y sus riquezas sufrieron el saqueo de la masa anónima e intempestiva. Uno de los que ahí perdieron parte de su fortuna fue el dueño de una de las tiendas, quien años después sería el patriota insurgente Don Ramón Rayón.

Cómo no indignarse, cuando el gobierno de Santa Ana anunció que el Parián iba a ser demolido, y así lo hizo en 1843.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Una mirada al Parián

Desde una perspectiva distinta, casi como una vista aérea por encima de los techos, el pintor muestra el interior del mercado de productos asiáticos, con sus puestos o cajones y sus corredores. Esta imagen es un regalo del pintor a quienes estuvieran interesados en conocer la imagen de la plaza principal de México, probablemente con el propósito de presentar la obra ante la corte española.

Plaza Mayor de México


El cuadro titulado Vista de la Plaza Mayor de México representa con lujo de detalle escenas de la vida en el periodo virreinal de la Nueva España al final del siglo XVII, probablemente hacia 1695 y fue realizado por Cristobal de Villalpando (c. 1649-1714) . Parte fundamental del cuadro es el mercado de El Parián, frente a la Catedral y al Palacio de Gobierno.

Un mercado oriental 5


La obra realizada por Cristobal de Villalpando acepta diversas lecturas de tipo estético, político e histórico. Investigadores contemporáneos han señalado que la obra obedecía al interés del virrey Conde de Galve de quedar bien con la corte española, ya que había enfrentado muchas dificultades por el acoso de la piratería y la escasez de alimentos en las ciudades.

Bajo esa motivación política, el artista trata de mostrar un estado de ánimo tranquilo en el discurrir de la ciudad, utilizando abiertos contrastes: frente al palacio destruido se muestra el orden del tianguis y el Parián.


Pueden observarse en la parte superior del cuadro los daños causados al Palacio Real, como resultado del motin del 8 de junio de 1692, cuando la multitud incendió comercios y edificios públicos, incluyendo el Parián.



En el primer plano se encuentra la variedad de los principales personajes de la política novohispana. El portal del Parián sirve para retratarlos, mientras que utiliza otro ángulos de visión para el resto de la plaza. En cambio, la multitud muestra cierto desorden, comparada con la parte restaurada del propio palacio.



El carruaje del virrey entrando a la plaza





A un costado del Parián se localizaba todavía a finales del siglo XVII la Acequia Real o canal que traía productos y personas de la laguna al centro de la ciudad.


La pintura pertenece a la Colección Mehuen, Corshan Court, Inglaterra.











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Iván Escamilla y Paula Mues Orts. Espacio real, espacio pictórico y poder. Vista de la Plaza Mayor de México de Cristóbal de Villalpando, en XXV Coloquio de Historia del Arte: La imagen política, pp. 177-204. Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, 2006.


miércoles, 9 de septiembre de 2009

Un mercado oriental 4

Los Parianes: Manila (1608)

La corrupción y la avaricia de los encomenderos españoles en Filipinas terminaron arruinando en pocos años la riqueza anunciada por el verdor de las islas de San Lázaro, las Filipinas, al final de la ruta del Mar del Sur. Durante quince años la posibilidad de continuar disfrutando del inagotable manantial de miel de palma y leche de coco era poco menos que un espejismo. Cada año se construían hasta diez embarcaciones en el astillero de Cavite, congregando esfuerzos de cientos de trabajadores tagalos, encomendados a través del polo, o “trabajo comunitario”.

Mucho más se podria hacer, quizás hasta cincuenta barcos si fuese necesario; tanta y tan buena es la madera de estas tierras que tardará mucho tiempo antes de que los bosques desaparezcan, decía en sus cartas al Rey de España el gobernador y capitán general de las islas.

Pero la promesa acabó de pronto. La población de risueños y dóciles naturales fue extinguiéndose con preocupante rapidez por las enfermedades y el cansancio. Otros, muy pocos, se fueron a los territorios internos, cimarrones, escapados, fuera de la ley. La selva majestuosa también fue cediendo y fue haciéndose rala, menos generosa. Al cabo de poco, las cartas del siguiente gobernador general de las islas al mismo rey de la España inconmovible cambiaron de matiz: Es necesario hacer un esfuerzo para solventar las economías de esta región.

“Busque nuevas entradas, haga nuevas conquistas” responde Felipe desde el oscuro Escorial.

La entrada es para la geografía lo que al derecho de gentes era la pernada. La entrada es el anuncio oficial de posesión sobre un territorio por conquistar. Pongo mi pie en la playa de una isla que desconozco, la nombro conforme al santoral y hago formal apropiación en nombre del Rey de España. De los naturales me encargo más tarde, de saber la extensión de estas tierras, más tarde. De los problemas de estas gentes, más tarde.

* * *

Los hombres de bien, los buenos cristianos, los pocos españoles en la isla proponen al Rey iniciar la conquista de China. Los planes van viento en popa. España pondría 2,000 soldados. Otros 10,000 filipinos servirán de carne de cañón en esta empresa.

¡Armas, se necesitan armas¡ ¿Barcos, cuántos tenemos?

Se frotan las manos al pensar en los nuevos repartimientos: miles de chinos que habrán de volverse cristianos y, sobre todo, labrarán la tierra y enriquecerán al Imperio.

Los sueños de conquista se hunden en los mares de la tardanza y de la indecisión. ¿Dónde están los barcos, dónde están las armas?

* * *

Cuando fracasaron los intentos de conquistar China, absurdos e impracticables, comenzaron los esfuerzos más realistas de mantener la posesión de las islas Filipinas por medio del comercio. El galeón permitió dejar atrás los sueños de espansión en Asia para concentrarse en lo que se tenía a la mano. El Parián se convirtió en símbolo de ese intenso intercambio con un mundo complejo donde los españoles aprendieron a convivir con los extraños. El aroma de las especias, los colores de las sedas y la riqueza de las manufacturas chinas mantuvieron vivo el interés de España en la lejana colonia.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Un mercado oriental 3

Los Parianes: Manila
La algarabía del Parián no se puede comparar con nada. El nombre es tagalog y designa al mercado, centro de la vida de las ciudades en todo el mundo, lugar donde se compra, se vende, se habla y se intercambia cultura. Hablemos de los Parianes, comenzando por el de Manila y después los que se instalarán en México, en Puebla y en otras ciudades de de la América española.
Tras descargar los barcos en Cavite, la fiesta se encamina por la ruta que conduce a Manila. Esto ocurre varias veces al año con naves de todo tipo provenientes de las costas chinas, de Japón, de la India, de Malaca, de Singapur, de Borneo, de las Molucas y de las Indias (Occidentales, por supuesto). Los olores de las especias y los colores de las telas se mezclan con la variedad de lenguas que se hablan en este mercado.

Desde México sólo llega al año un galeón con soldados (armas), frailes (libros) y nuevas ordenanzas (papeles). Pero este navío llega en realidad desde Acapulco, un puerto al otro lado del océano en la mítica Nueva España, que tiene ciudades hechas de oro y plata; tanta plata que el galeón llega cargado del metal para comprar de todo en Manila.

Otras doce a quince naves son sampanes que salen de los puertos de China y de Japón. Traen porcelana, seda, herramientas, perlas, marfiles, corales.
Tibores pintados con dragones rojos alegres y amenazadores, vajillas completas al gusto del comprador con la heráldica solicitada, jofáinas, bandejas, fruteros de azul magnífico y de celadón. La seda la concentran en el Parián los propios chinos en sus alcaicerías o sederías. Las damas tienen la ventaja de venir en cualquier momento del año a comprar y a pedir la confección para momentos especiales. Seda de Kansú, seda vírgen, hilos de seda, seda bordada, juego multicolor de sedas de origen desconocido.
Ligeras embarcaciones procedentes de Malaca traen las apreciadas especias, clavo, pimienta, jengibre, galangán. Aquel viejo puerto malayo se va extinguiendo frente al comercio manilense. Su monopolio se cuartea cuando los especieros deciden vender sus productos directamente en Filipinas, desde Sumatra, Tidore, Flores, Java, Borneo, las Molucas. Cada uno tiene algo diferente qué vender y todo es muy apreciado.
Los mejores caballos llegan desde México, fuertes para la labranza, acostumbrados a estos calores, pero mucho más bajos que las monturas españolas. Monedas de plata, algodones de calidad, arreos de cuero labrado, platería, cacao, cacahuates, chocolate, cochinilla púrpura para teñir las mantas. Los padres de San Francisco han comenzado a sembrar camotes y semillas traídas de aquellos lugares (que padres tan inocentes..): aguacate (abocado le dicen los locales), guayaba (guaba), papaya (papaya), piña (pina). Otras verduras que han venido de allá se acomodan al gusto y al habla local: los sayotes y las sincamas. El chile, con su imprevisto ardor en el paladar, comienza a desplazarse como por su casa en el gusto diario de los asiáticos.
Narices
Cierto día en el Parián de Manila se recibe la orden de algún cliente de ultramar que había perdido la nariz (¿sífilis ? ¿lepra ? ¿un espadazo de honor?) para que le hagan un apéndice de madera cubierto de plata. Paga muy bien por el producto hecho en China. Al año siguiente, los chinos traen regocijados cientos de narices de todos los tamaños y materiales para los desnarigados de la Nueva España.
Nadie se las compra.

Un mercado oriental





El Parián, mercado de los chinos en Manila
Litografía de la expedición Malaspina 1885


Debido a la importancia comercial de los asiáticos que llegaban a Manila, chinos en su mayoría, se permitía su asentamiento temporal a las afueras de la ciudad, con fuertes restricciones para su ingreso a la villa española. Desde 1582 se reservó un espacio, donde habría de prosperar el Parián. Una foto de 1906 donde se muestra la puerta al barrio chino.



sábado, 5 de septiembre de 2009

Un mercado oriental 2


El Parían en México era lugar de reunión para "placear" y ser visto

Un mercado oriental 1


El color de la vida se disfruta mejor en los mercados, y en el México virreinal se tuvo por largo tiempo uno de origen asiático. Este insólito lugar se ubicaba en el zócalo de la capital mexicana, donde se congregaron muchas generaciones para adquirir mercancías orientales traídas por el galeón de Manila. Su localización exacta era el ángulo suroeste de la Plaza de la Constitución, de cara a la Catedral y a Palacio Nacional.
Hagamos una visita imaginaria a través del tiempo al mercado del Parián; a caminar por sus estrechas callejuelas, hablar con los dueños de los "cajones" o tenderos; regatear el precio de las mercancías y disfrutar de algún suculento platillo, como lo sugiere don Luis González Obregón en su libro Mexico Viejo, Alianza Editorial, México, segunda edición, 1992.

viernes, 4 de septiembre de 2009

portugueses en India 4


La costa Malabar en el suroeste de India, que se extiende a lo largo de la región ahora conocida como Kerala, es un espacio intrincado por su riqueza cultural y comercial de primer orden, que fue ocupado por los portugueses al inicio del siglo XVI. Hemos visto que Vasco da Gama llegó precisamente a Calicut en 1498, cuando ese puerto era el principal centro de comercio de especias de toda la región del sur y sudeste de Asia.


Los portugueses se dieron a la tarea de controlar el comercio que estaba en manos de comunidades agrícolas dispersas, quienes vendían sus productos a intermediarios como los nestorianos, que viajaban hasta los centros de producción y revendían en las costas. Los portugueses, en particular la inquisición, no consideró conveniente que los nestorianos, una antigua derivación cristiana no católica, continuaran con ese comercio.

Los habitantes locales poseían la religión hindu y estaban divididos por el régimen de castas. La más encumbrada no deseaba intervenir en el comercio, pues su prestigio provenía de la posesión de la tierra y de su religión. En las poblaciones costeras se alojaban los extranjeros mucho antes de que llegaran los europeos y se había creado un modo de convivencia funcional con todos ellos, bajo un sistema conocido como Nagara que les reconocía cierta autonomía en cuanto a sus religiones y normas legales propias.

En Coromandel coexistían cuatro grupos dominantes, dos de ellos de religión hindu, los chetti y los gujarati, provenientes del norte. Otros dos eran musulmanes: los visitantes temporales que llegaban de Persia (hoy Irán) o de Arabia y otro más que se había asentado en la zona desde el siglo XII, una comunidad conocida como Mappila.

Es interesante señalar que los mappila, comerciantes islámicos que provenían de Arabia se integraron con la población local a través del matrimonio poligámico, de forma tal que el nuevo grupo social era musulmán en su religión, de cultura árabe pero de étnia india. Otro rasgo es que la casta de los intocables tuvo la oportunidad de trascender la barrera social a través de esos matrimonios interculturales.

Adicionalmente en el mosaico de la región se debe mencionar a los ya mencionados nestorianos y a los judíos. Asi pues, a la llegada de los europeos el poder estaba claramente fragmentado, aunque la historia oficial habla de cuatro estados hindu, identificados por los portugueses por los nombres de sus jefes: Calicut (el nombre local era Kozhikode), Cannanore, Cohcin y Kollan (Quillon). Los mappila constituían más de la quinta parte de la población en todos y cada uno de los cuatro estados.

La acción de los portugueses fue tomar el control de Calicut en 1509, sometiendo al rey o Zamorin y acosando a los comerciantes musulmanes. Ello radicalizó a la comunidad mappila, con lo que al final del siglo XVI se habían armado en una suerte de guerrilla comercial en contra de los portugueses.
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Philip D. Curtin, op.cit., p 147

Calicut


Vasco da Gama hace su presentación ante el Samorim de Calicut y habla del lejano Portugal y de su soberano Dom Manoel I. A su llegada a la India, en el año 1498, los portugueses irrumpieron en una intrincada red comercial que abastecía al subcontinente, en la que participaban musulmanes, nestorianos, judíos e hindu, entre otros. A los pocos años trataron de imponer por la fuerza la religión católica y el modo de vida europeo, con lo que provocaron la radicalización de las diásporas comerciales de signo diverso.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Portugueses en India 3

La respuesta de los competidores locales ante la presencia portuguesa tomó variados matices. A pesar del control militarizado que impusieron los europeos, las diásporas comerciales continuaron activas, con o sin permiso portugués.

Los comerciantes asiáticos se siguieron encontrando con los lusitanos en muchos puntos, incluyendo Goa, donde los europeos eran lógicamente minoría. En algunos casos eran residentes, enlazados con comerciantes viajeros que hacían escala temporal en las costas indias. Como se ha señalado, los portugueses mostraban en todo momento su rechazo a los musulmanes (que operaban en India varios siglos antes), pero siguieron actuando en el mismo espacio y con las mismas redes comerciales, en África, Persia, Arabia y al sur de Goa, en la costa Malabar.

Las comunidades hindu y jaina se concentraban en Gujarat, aunque provenían también de otras zonas de la India. Su comercio consistía principalmente en el abasto local de comida, textiles y artesanías, aunque también comerciaban productos de Bengala, al otro lado del continente, y mercancías árabes, persas y chinas, por lo que se acoplaban bien con los colonos extranjeros.

En los enclaves portugueses en India se estimaba en 1546 que vivían alrededor de 30,000 gujaratis, comparados con los 10,000 portugueses que habitaban esas pequeñas ciudades. Pero el balance principal se encontraba en la esfera regional que circundaba el comercio en India. En el estratégico puerto de Hormuz, a la entrada del Golfo Pérsico, también bajo control portugués se calculaba que en 1600 el 17 por ciento de los residentes eran portugueses, comparados con 10 por ciento de indios cristianos e indo-portugueses, 27 por ciento hindu, 7 por ciento judíos y 40 por ciento musulmanes. La mayoría de los hindu y algunos de los musulmanes provenían de Gujarat, en control del comercio entre India y Persia (1).

En la década de los setenta del siglo dieciséis el comercio gujarati triplicaba el ingreso total de los portugueses en toda Asia, aunque muchos de esos comerciantes del subcontinente indio aceptaban pagar la tutela europea bajo el sistema de cartazes, es decir, obtenían suficientes ganancias como para pagar a los lusitanos y seguir realizando su comercio. A la llegada de los holandeses e ingleses, los comerciantes gujaratis seguían jugando un papel central en el intercambio regional.
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Philip D. Curtin, op.cit. p145-147